"Poco a poco hila la vieja el copo", decía Don Marcelino, mi viejo profesor de griego. Recuerdo que lo repetía hasta la saciedad tal si fuera una letanía. Supongo que más que a sus pupilos se lo transmitiría a sí mismo como queriendo significar: "Señor, dame toda la paciencia necesaria para con estos zoquetes". Y quiero suponer también que de aquellos barros, estos lodos. No sé si es un don o todo lo que contrario, el caso es que paciencia tengo para dar, vender y regalar. Paciencia para el aprendizaje. Paciencia para soportar la vida cuando ésta quiere ausentarse. Paciente con la adversidad y el engaño aunque no esté conforme. Paciente con los que ponen palos en mis ruedas, si bien aquí, todo tiene un límite. Paciencia para la búsqueda y el deseado encuentro. Para la caricia y la palabra amable que se hace esperar, también paciente. Paciente en la conquista, en disipar temores y con el invierno, aunque no lo soporte. Paciencia con la mala educación, ya aprenderán si tiene que ser así, con las horas sin palabras y las palabras a destiempo.
Al desaire, paciencia. A la llamada impaciente, también paciente. Ante el imprevisto, paciencia. También paciencia y paciente para el dolor. Y si todavía cabe más paciencia, paciencia para el desamor. Ya pasará. Volverá.
Siempre paciencia y paciente, salvo alguna excepción. Por llevar la contraria a San Francisco de Sales, "Ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo contigo mismo". Aquí, no. Y ya que lo siento.
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