jueves, 5 de marzo de 2015

00021 Las Vacas

TERNURA


"Me gustaría ser como las vacas", me dijo en una ocasión una conocida de mi juventud. Me hizo gracia la expresión, así como el desarrollo de su profusa teoría. Lo solía exclamar cuando las cosas no le iban bien o se encontraba en plena lid con el mundo y sus circunstancias. Algo muy habitual en ella. Su argumentación se basaba, si mal no recuerdo y en síntesis, en la placidez de tan noble animal, su sosegada vida y en "lo divertido" que era ver cómo espantaba a las moscas con el movimiento de su rabo. Reconozco que yo siempre me he identificado más con el caballo, pero desde que escuché por primera vez la frase en boca de mi confusa camarada, he de admitir que la res en cuestión ha ganado muchos puntos e incluso, en ocasiones, confieso que no me importaría nada ser vaca. De momento, vaca que veo, vaca que inmortalizo. Sobre todo por su cabeza. Su cara me transmite mucha ternura.


Puesto a hablar de vacas y ternura en este "caleidoscopio vital", como así ha definido este blog alguien a quien aprecio hasta pecar, y en mi empeño en recolectar recuerdos compartidos, mi memoria me lleva hasta la pequeña localidad de Valsalada. Un pueblo de colonización a caballo entre Almudévar y Alcalá de Gurrea, mi tierra materna. Allí, en Valsalada, vivían mis tíos Julián, a quien la carretera nos lo arrebató excesivamente pronto, y Olga, con mis primos Julián y José María. 


Eran días de visita de huésped, días de matacía, de fiesta, de juegos entre pinares. Días para romper con lo cotidiano y descubrir siempre algo nuevo, a alguien imprevisto. 


De mi tío Julián recuerdo su especial sonrisa, sus hermosos y dulces ojos y su entregada labor a  su doméstica vaquería. Para mí, verle en acción, al igual que a mi tía Olga, era todo un espectáculo. La pequeña banqueta de madera de tres patas y entre las piernas, el "pozal" o cubo de metal. Unos "masajes" a las cuatro tetillas de la vaca y "zips, zaps", "zips, zaps", "gring, grang", "gring, grang"... Y ahora otra, y la siguiente vaca. El cubo está casi lleno de blanca, blanquísima leche y yo lo quiero llevar a la cocina, quiero colaborar en tan noble tarea. Pesa, pesa mucho, pero que no se note que escasamente puedo. ¡Sobre todo, ten cuidado que no se derrame ni una gota! Me toma el relevo mi tía Olga afanada con los fogones. Huelen bien sus guisos y sobre todas las cosas, su torta de yogur. Un día me dio la receta, pero nada que ver con la suya. A la mía creo que le falta alma.

Ya está preparado el cazo de hervir la leche. Hay que estar atento para que no se salga cuando empiece a subir. Y como premio, una rebanada de pan con nata y azúcar. ¡Por Dios, que me devuelvan ese placer!











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