PRUDENCIA Y VIGILANCIA
No soy hombre de fríos. Me identifico y acomodo más con el calor. Si por mi fuese sería oso. Hibernaría para volver a la vida a las puertas de la primavera.
El invierno se me hace largo, muy largo, y más cuando los años se aúpan uno encima de otro. Los huesos crujen, las articulaciones están como oxidadas, los días son intensos y carentes de luz. Parece que nunca se acaban. Hasta a las hojas del calendario les cuesta más caer y dejar paso al siguiente número.
Sobre mi cabeza oigo sonidos agudos de trompeta. Son ellas, las grullas. Hace aire y vuelan alto. El viento les impide volar en perfecta formación como acostumbran. Es un ruidoso pero bello espectáculo.
Las grullas, símbolo de la prudencia y de la vigilancia, llegan a la Alberca de Alboré, en las proximidades de Montmesa. Será su último dormitorio, parada y fonda, antes de atravesar los Pirineos y seguir su camino hacia el norte de Europa.
Su presencia me alegra y reconforta. Son el anuncio de una próxima primavera. Como dice el viejo refrán aragonés, "Para el Pilar llegan y para San José no quedan".
Prometo ir a despediros.
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