Pensaba que los había gustado ya de todas las maneras posibles: al plato con jamón, fritos con patatas y algún sólido acompañamiento, duro en ensaladas, rellenos, con bechamel, pasados por agua, en guiso, con tomate y acompañados con chirlas, una de las muchas especialidades de mi hermano Antonio y que están para "llorar", de exquisitos, por supuesto, a la plancha... Pero no, me faltaban por probar los huevos a la brasa. Nunca se me hubiese ocurrido.
En una de esas tardes, qué importa el lugar, de comida larga y larga compañía, y de conversación interesante a la par que intrascendente, se escuchó una voz: "¿Quién quiere ahora unos huevos a la brasa?"
A medio camino entre pasado por agua y duro, allí estaba el moreno ejemplar con un sabor nuevo, bien distinto. La porosidad de la cáscara de huevo había dejado pasar a su interior todos los aromas del sarmiento y resto de leñas para dotarle de un sabor especial y bien recordado.
Brasa, parrilla, huevo fresco, tiempo, alguna vuelta de vez en cuando, pelar y... buen provecho!
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