No sólo la tierra y el cielo confluyen, allí se da cita todo. Ni real, ni imaginario. Está en los ojos, no en la realidad. Es una apariencia amable y sensitiva. Mejor adivinarlo en silencio. O mejor no, contemplarlo envuelto en sonidos indefinidos. Total, qué mas da. Lo único que quiero es soñar, imaginar qué vidas se esconden detrás de la línea inalcanzable.



Absorto y extasiado. Las luces dan un respiro al pensamiento. Es el oxígeno necesario para volver a sumergirlo de nuevo en un horizonte que no se inquieta por la mirada. Derecha, centro e izquierda. Izquierda, centro y derecha. Su embrujo hace pasar inadvertidos a los protagonistas secundarios del paisaje.

No sé cuánto tiempo ha pasado. La línea del horizonte se ha desvanecido. Ya no la adivino ni la contemplo. Todo es ya confuso y casi monocromo. Y recuerdo al poeta Pedro Salinas, "En la noche y la trasnoche, y el amor y el transamor, ya cambiados en horizontes finales, tú y yo, de nosotros mismos".
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