ENGANCHAN Y ATRAPAN
Llegado el invierno, el fuego se convierte en un lazo de unión entre los vecinos y
con él, la hoguera se brinda para ser protagonista de un punto de encuentro y participación, y dar contenido a la fiesta y la tradición. La tierra duerme y reposa hasta que llegue un pronto resurgir y despertar de la vida. El fuego, símbolo de la luz, calienta los días de espera. Santos barbudos, San Antón, San Sebastián, San Pablo... que luego vendrán los capotudos. Tardes y noches de hoguera, de brasa y asadura. Y la llama de la hoguera que no cesa con su esbelta silueta y particular dance entre calientes y cálidos colores.
Purificar almas, quemar todo lo nocivo, ensoñar con la magia de un crepitar fuerte, sonoro y preciso. Días de romería, fiesta y tradición al cobijo de la hoguera que calienta y alimenta los recuerdos que todavía huelen a brasa de tiznada infancia.
Miro la hoguera en la plaza, que como siempre engancha y atrapa. Hay gente, mucha gente, a la espera de un trozo de carne y una patata. Sé que están aquí pero no los distingo. Solo veo maderas y troncos alimentar la llama. Un fuego en el que deposito algún que otro pesar cargado de esperanza, como la que traerá esa vida nueva que no tardará en llegar.
Hay música en la plaza, y una hoguera que con su luz ilumina la noche pobremente estrellada. Regreso a casa con un olor que me sabe a hogar con recuerdos de una vieja cadiera y a besos de buenas noches en la antesala de un plácido y seguro dormir.
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