UN PARAÍSO EN LA TIERRA
Nunca me he preguntado hasta hoy por qué me gustan tanto los claustros, dónde radica su encanto, qué tienen que me quedo embobado ante ellos. No sé si es el silencio que se respira, la seguridad que me transfieren, su recogido espacio, la tranquilidad que los define o la particular historia que guardan.
Estos lugares de recogimiento fueron en su día el centro de la vida de la comunidad que los habitaban. Zonas de meditación, paseo y lectura, que también servían para estructurar la vida de los monjes y comunicar las diferentes estancias del monasterio. En una ocasión leí que el claustro tiene una concepción simbólica, "como una ciudad sólidamente afincada, en la que el monje junto con sus hermanos, podía realizar su identificación interior; es por tanto, un paraíso en la tierra".
Claustro, del latín "claudere", cuyo significado es cerrar. Una planta cuadrada que cada uno de sus cuatro lados recibe el nombre de benedictos. Por norma general, en el centro suele haber un pozo en el que confluyen cuatro caminos. Nuevamente, la simbología aparece. "El claustro es la representación simbólica de Jerusalén, su fuente de agua en el centro y los cuatro ríos que parten de ella, que representan la verdad, la caridad, la fortaleza y la sabiduría".
Me gustan los claustros. Esos paraísos en la tierra de silencio, recogimiento, lectura, meditación, comunicación e identificación interior. Su belleza artística y ordenada. La placidez de un mirar entusiasmado donde solo las sombras marcan las horas.
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