De vez en cuando me gusta escaparme a la vecina Francia a pasar el día. Cambiar de paisaje y entorno siempre resulta gratificante y saludable. Conocer, aprender, descubrir, admirar o asombrar de otros usos, costumbres y modos de vivir el día a día, me distrae y hace que mis sentidos no se anquilosen ni se vuelvan perezosos. En una de estas escapadas, con el reclamo de la fábrica de chocolates Lindt, conocí la ciudad de Olorón. Me pareció a los ojos una ciudad preciosa, de postal.
Se ubica a la entrada de los valles bearneses de Aspe y Ossau, con una población en torno a los 11.000 habitantes. La villa se configura en torno a tres barrios, quartiers, perfectamente diferenciados por los dos cursos fluviales que atraviesan la urbe para conferirle un especial atractivo de reflejos, vegetación y edificios que parecen emerger del agua o suspenderse sobre ella. Los viejos caserones de la villa medieval, sus puentes, el colorido engalanado de las cientos y cientos de flores y plantas que salen al paso, amenizan el caminar limpio y cuidado.
Esta ciudad hermanada con la de Jaca, no me resulta un lugar más. Tiene algo que sugiere e invita sentirla. Cada barrio, el de Sainte-Marie, el de Sainte-Croix y el de Notre-Dame, tiene su peculiar historia, su propia personalidad. La iglesia de Sainte-Croix, de aspecto tosco y sobrio, construida a finales del siglo XI en el emplazamiento de edificios más antiguos. La Catedral de Sainte-Marie, declarada por la UNESCO como Patrimonio Mundial de la Humanidad en el año 1999. Seo que todavía conserva su pórtico románico del siglo XII a pesar de sufrir los desastres de un incendio, lo que obligó a su reconstrucción parcial y restauración en estilo gótico. Las casas de entramados, la del Senescal, el Ayuntamiento y su cárcel donde el rey Luis XI pasó una temporada. El Parque Pommé, con más de tres hectáreas de atractivo verdor y centenarios árboles. El Paseo Bellevue, un camino que bordea las murallas de la ciudad... Son meros apuntes subrayados en la guía para intentar conocer una ciudad tranquila y amable y en la que en cada visita hago acopio de imágenes al compás de las revoltosas aguas que la transitan.
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