ALBARDAR
Siempre que paso por huevo y harina un pescado, y en especial cuando son sardinas o anchoas, me acuerdo siempre de la recordada abuela Sara, la madre de mi cuñada/hermana Ana. Era una especialista en enalbardar. Ella siempre decía albardar y así también lo digo yo, aunque en realidad albardar es envolver un trozo de carne, de ave o de pescado con una loncha de tocino para que resulte jugoso y no se reseque durante la cocción. Parece ser que es más exacto decir enalbardar cuando se quiere hacer referencia a cubrir un alimento que se va a freír con harina, huevo o pan rallado.
Independientemente de sea cual sea la definición más exacta y certera, y máxime en tiempos de un "siempre correcto decir", el caso es que me gusta, me encanta, el pescado albardado, frito con harina y huevo. Cuando así lo hago, todavía me parece escuchar la voz de la abuela Sara diciendo que había ido al mercado y había visto unas sardinas o anchoas muy "propias" para albardar. No sé si serían propias o impropias, el caso es que siempre me resultaron riquísimas, hasta el punto de dejar en mi particular imaginario un imborrable recuerdo del que forman parte un especial olor a cocina hogareña y un grato sabor de producto y paciencia.
Lo cierto es que no acostumbro a albardar con frecuencia. Se dice que la edad y la salud están reñidas con las frituras y que no son muy aconsejables. Aunque visto desde esta perspectiva, qué es aconsejable y que no sea monótono y aburrido. De vez en cuando me apetece darme un capricho, saborearlo y disfrutarlo. Traer al presente un sabor que, por su inocencia, difícilmente puede ser pernicioso.
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