Sumo hoy a mi caleidoscopio vital un lugar de recogimiento y silencio. No se cómo se escribe el silencio. Solo puedo sentirlo e imaginarlo bajo una luz que parece querer hablar. De silencio sabe el edifico que hoy es motivo de mi interés. Un silencio que en los dos últimos años se ha visto grata y
afortunadamente interrumpido para hacer de un abandono algo bello y hermoso
como en sus tiempos de gloria y vida lo fue. En el siglo XVI, cuando los Condes de Sástago fundaron la primera de las Cartujas erigidas en el
Reino de Aragón, escogieron una antigua ermita dedicada a la Virgen de las
Fuentes, en la que se hallaban los restos de un hijo fallecido. En el año 1562,
muy cerca de la actual Lanaja, en Los Monegros, la esterilidad de la tierra y
la aridez del clima obligaron a sus moradores a abandonar este primer
asentamiento, para instalarse en las proximidades de Zaragoza.
En el año 1589, la Orden Cartuja tuvo que regresar al
monasterio para poder recibir una herencia que estaba ligada a la fundación.
Estos recursos económicos permitieron emprender la construcción de un nuevo
conjunto monástico situado en un llano cercano al antiguo establecimiento. Las
obras de la nueva cartuja se prolongaron
durante buena parte del siglo XVIII, siendo la etapa de mayor actividad
constructiva la comprendida entre los años 1745 y 1777.
En el siglo XIX, la Cartuja de las Fuentes padeció el azote de la Guerra de la Independencia y poco después,
los decretos desamortizadores de Mendizábal, que pusieron fin a la vida
monástica. A partir de ese momento, los usos indebidos, el abandono y la
desconsideración de su valor histórico y riqueza artística ocasionaron graves daños al monumento.
Hace dos años, la Diputación Provincial de Huesca lo
adquirió para rescatar y sacar del olvido este importante patrimonio de la
provincia oscense para uso y disfrute de los ciudadanos. Un singular complejo monástico ubicado en una finca de 58.000 metros cuadrados, de los que 15.000 están construidos. Una Cartuja, ejemplo de conjunto arquitectónico de estilo barroco tardío, que si por algo destaca, es por su conjunto pictórico, más de dos mil metros cuadrados de pinturas murales distribuidos por paredes y techos que constituyen la obra fundamental de Fray Manuel Bayeu, hermano del que fuera el pintor de cámara del rey, Francisco Bayeu y cuñado de Francisco de Goya. Un conjunto pictórico que de su mirar, me hace aquí entender mejor el significado del silencio.
Volverá por este blog, no sé cuando ni desde que perspectiva sentimental, esta maravilla monegrina. Hoy solo he querido recordarla y que sirviera de reclamo para que quien esto lea se acerque hasta este lugar mágico de luz y silencio. Se puede visitar todos los sábados y domingos del año, así como los festivos entre semana, con visitas guiadas. La empresa Sueña Monegros, no podía ser más acertado el nombre, es la encargada de coordinar el programa de visitas. Mi apreciado Alberto Lasheras, contador de historias, así tuve la oportunidad de conocerle, se encargará de narrar la historia y las vicisitudes de este emblemático edificio.
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