Lo probé por primera vez el año pasado en casa de unos amigos. José Luis y Julia estaban recién llegados de una escapada a la hermosa Italia y nos los ofrecieron como algo exquisito y muy refrescante. Reconozco que en muchas cosas soy muy clásico, me cuesta avanzar y salirme de ciertas costumbres, y en materia de bebidas, también; cerveza, cava, vino y no cualquiera, de tiempo en tiempo y si la ocasión lo requiere algún combinado, sidra y el ya confesado mojito. Creo que no me dejo a nadie en mis preferencias.
Hasta ese entonces ni conocía de su existencia. Nunca había oído hablar de él. Lo cierto es que cuando José Luis me puso el preparado frente a mí, algo me decía que sería la primera y última copa que tomaría de esta bebida. Algo me decía que su llamativa presencia de color rojo cereza no iba a congeniar con mi gusto. Pero no, una vez más el error llamaba a mi puerta. Me resultó una bebida atractiva, chispeante, con personalidad, distinta y seductora. Parecida al Campari si bien, más suave y menos amarga. Me gustó tanto que dejamos la botella dispuesta para ser depositada en el contenedor de vidrio. Tanto me gustó, que ha desbancado a otras pasajeras costumbres a la hora del aperitivo. Su forma de prepararlo no tiene más misterio: una copa de vino con abundante hielo y verter 3 medidas de cava, 2 medidas de Aperol y 1 de soda. Remover y servir con una rodaja de naranja. ¡De lujo!
Leo que el origen de este licor italiano se remonta al año 1919 pero que no se volvió popular hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Entre sus ingredientes se incluyen naranja amarga, ruibarbo, violeta de genciana o cinchona, entre otros, y tiene una graduación alcohólica de 11%, menos de la mitad que el Campari.
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