domingo, 26 de febrero de 2017

00444 Las Ciruelas

DULZURA Y JUGOSIDAD


Llevo ya un rato sentado frente a estas imágenes de ciruelas de colores y no se me ocurre nada al respecto sobre ellas. Me gustan y no sé qué más decir. De aquí no salgo. Rebusco en mis recuerdos y están vacíos de su presencia. No tienen historia, ni situación sobrevenida, ni árbol cercano al que encaramarme, ni sensación más allá de su dulzura y jugosidad. Me gustan y de aquí no salgo.

Cuando llega su periodo de esplendor pasan a formar parte del diario frutero y prestar su color para convertirlo en un seductor bodegón. Para las cenas me resultan muy gratificantes y saciantes. Bien lavadas, en plato sopero, siete u ocho ejemplares. Dependerá de su tamaño. Partidas por su mitad y desprovistas de su almendrada semilla, caen como pipas. Imagino lo que alguna mente pensará en estos momentos. Y no, no me producen el efecto imaginado. 

Tampoco en la cocina, a pesar de reconocer que es una dulce aliada, acompaña mis entretenimientos gastronómicos. Como mucho en algún relleno navideño.

Nada, que no se me ocurre nada. Me da la impresión de que no les estoy haciendo justicia. Y mira que son agradecidas ellas. Su uso continuado contribuye a vencer al intestino perezoso y a reeducar la función intestinal. Son bajas en calorías y ricas en potasio. Existen más de 200 variedades y según su color, regala uno u otro sabor. Las amarillas, ácidas y con abundante jugo; las rojas, dulces; las negras de piel azulada, ideales para cocer; y las verde, las llamadas Claudia, las que más me gustan, el caramelo de las ciruelas.

Pues nada, aquí estáis ya recogidas aunque sea de puntillas.








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