TRAS UN CRISTAL DE DESEO
No soy muy proclive a pararme delante de los escaparates. No suelen captar mi atención por muchas luces, reclamos o artificios que allí se coloquen. Tan solo en Navidad, aunque mi interés en este caso va dirigido a la ornamentación más que al contenido expuesto a la venta.
Tampoco me gusta ir de compras. Me resulta un latazo. Ir de compras supone, antes de entrar en el establecimiento, ver tooooodos los escaparates que se cruzan en el camino. Si se da el caso, huelga decir que voy, como se dice ahora, en modo off. Si me preguntan al respecto sobre algún objeto expuesto, asevero o niego, según la formulación de la pregunta, donde, por otra parte, ya viene la respuesta implícita. No me entero de nada. Soy muy mal acompañante.Además, me cansa muchísimo andar despacio. No lo soporto. Así que, en cuanto veo un café con terraza, allá que voy. Allí que espero. No importa el tiempo que sea. Soy muy paciente y me entretengo con cualquier cosa.
No obstante, contemplo una excepción que confirma la regla. Los únicos escaparates que consiguen atraparme son los de las pastelerías. Es curioso, sobre todo cuando, tal y como ya he mencionado en reiteradas ocasiones en este blog, no doy un paso por los dulces salvo si se trata de especialidades muy concretas y que no voy a volver a repetir. Todo lo expuesto en los escaparates de estos dulces establecimientos me parecen obras de arte. Se me antojan espacios animados. Tan coloristas y sugerentes. Tan rotundos y frágiles a la vez. Sensitivos, provocadores, ordenados, sensuales, atractivos, pulcros, variados, exquisitos, reposados. Forma, color y hasta un poco de olor. Los ojos no paran de moverse y de admirar tanta sutileza de anónimo artesano, de viejo oficio siempre renovado. Imaginación y costumbre se citan tras un cristal de deseo.
Sí, me gustan los escaparates de las pastelerías. Reconfortan el ánimo, entretienen caminos, despistan cansancios, enseñan costumbres, suman sensaciones, recuerdan momentos, despiertan sonrisas, imprimen curiosidad, aletean nostalgias, y llegado el caso, regala al paladar algo inesperado ya sea dulce, salado o almibarado. Sí, me gustan los escaparates de las pastelerías.
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