No obstante, contemplo una excepción que confirma la regla. Los únicos escaparates que consiguen atraparme son los de las pastelerías. Es curioso, sobre todo cuando, tal y como ya he mencionado en reiteradas ocasiones en este blog, no doy un paso por los dulces salvo si se trata de especialidades muy concretas y que no voy a volver a repetir. Todo lo expuesto en los escaparates de estos dulces establecimientos me parecen obras de arte. Se me antojan espacios animados. Tan coloristas y sugerentes. Tan rotundos y frágiles a la vez. Sensitivos, provocadores, ordenados, sensuales, atractivos, pulcros, variados, exquisitos, reposados. Forma, color y hasta un poco de olor. Los ojos no paran de moverse y de admirar tanta sutileza de anónimo artesano, de viejo oficio siempre renovado. Imaginación y costumbre se citan tras un cristal de deseo.Sí, me gustan los escaparates de las pastelerías. Reconfortan el ánimo, entretienen caminos, despistan cansancios, enseñan costumbres, suman sensaciones, recuerdan momentos, despiertan sonrisas, imprimen curiosidad, aletean nostalgias, y llegado el caso, regala al paladar algo inesperado ya sea dulce, salado o almibarado. Sí, me gustan los escaparates de las pastelerías.
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