Sin hallarte, te he buscado en cuentos aprendidos, en poesías escritas en el aire y en guijarros esparcidos al capricho. Y allí no estabas. Seguí explorando paisajes con agua por si te encontraba nadando. Rincones ocultos donde a lo mejor dejaste caer tus lágrimas. Exploré parajes de fiesta por si me conducían hasta tí tus risas. Y tampoco estabas.
Seguí rebuscando entre tu diario por si encontraba alguna pista. En la sombra de un olivo, en la polvorienta era, en el alejado olvido, en la arena haciendo un castillo. Tampoco, tampoco allí te encontrabas.
Y seguí buscando entre fotografías y cuadernos de caligrafía, entre estampas de colores y chapas de cera; entre peonzas y helados con sabor a chocolate y vainilla.
Investigué sobre tu paradero en la caja polvorienta de recuerdos y en los recuerdos de polvorienta memoria. Me lo temía. Allí tampoco estabas. Y seguí buscando, rebuscando, indagando, persiguiendo. Y al final, allí te encontrabas, tan pequeño y cercano. Sólo mirabas. Supongo que en algún momento también jugabas. Pero en ese instante, sólo mirabas. Igual también imaginabas, había tanto que fantasear.
Hoy a los ojos resulta pequeña. Ayer se mostraba a esos mismos ojos como un palacio. Lo que hoy es real, ayer fue un misterio de brujas y princesas, de tules y espejos. Y te veo contando piedrecillas y arañando por el suelo tus rodillas. Y me miras. No me reconoces. He cambiado mucho. Yo ahora me acuerdo de tí. Te veo asomado a una diminuta ventana ahora cerrada. Eres como tantas veces he creído imaginarte. Y la vieja casita del parque, "La Casita de Blancanieves", continúa almacenando infancias para devolverlas cuando alguien la reclame.
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