Despertares de bostezo imprevisto con olor a moussel y sabor a tostada almibarada. Días de lontananza, de bañera colmada para colmar y calmar deseos. De rulos y batas de estar por casa. Mañanas perdidas para quizás encontrarse con las tardes. Y si la ocasión lo requiere, días para hacer de todo o nada.
Domingos para espíritus inquietos, para pies ávidos de jugueteos y ojos inquietos por coleccionar imágenes. Domingos de lectura pausada en la quietud de la casa. Sin más. Y si hay algo más, escasamente se escucha, apenas se percibe.
Días de parque infantil, de columpio recuperado, de migas de pan, de ir de la mano. Días de ensaladilla rusa y pechuga empanada a la orilla de un río, junto a una fuente o al cobijo de un árbol vestido. Días de paseos solitarios, sin rumbo y sin metas. De olor a brasa y vino viejo. Es domingo.
Es domingo para el aperitivo improvisado, para el amigo encontrado, para los pasos perdidos y el coche encerrado. También para él es domingo.
El sonido es distinto, suena a lento, a casi tardío. Hasta el gesto es otro, hasta los gestos son diferentes. Y las actitudes, y los hechos.
Hoy la cocina no se siente sola. Los fuegos y el horno brillan con luz propia. La mesa tampoco se abate sola. Hoy se siente protagonista de apetitos y halagos. Huele a puchero y asado.
El domingo sabe a limpio, a balcón abierto. Día de mucho si es fastidiado y de poco si ha sido agradecido. Día de guardar y romper, de esparcir y recoger. De airear recuerdos y silenciar olvidos.
Un domingo es un cuadro inacabado, el párrafo encontrado que le faltaba al verso, el atavío con el que recibir lo esperado, una página en blanco o dos si fuera necesario. Un domingo es el tranquilo café que despertó la mañana no recuerdo cuando.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario