En el callejear no hay preguntas salvo cuando hay que satisfacer una curiosidad. Y si tienes suerte, sumas al pobre bagaje una lección más. Siempre queda atrás algo desapercibido, sobre todo arriba, sobre tu cabeza. ¡Es una pena! No hay cultura de mirar hacia el cielo, solo al asfalto o la piedra. Al cielo solo para rezar.
¡Qué distinto y placentero es el callejeo! ¡Cuánta armonía y desorden! ¡Cuánta belleza y también triste miseria!
Cada calle tiene un olor. Olor a ropa vieja, a "pescaíto" frito, a marroquinería, a nata y helado de vainilla. Huele a humedad, a perrito caliente, a gamba salada, a carne a la brasa o incluso a desapercibido.
Callejear es simplemente una emoción sensitiva.
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