ACEITE Y SAL
Bueno, bueno, bueno, quién aparece por aquí. Otra de mis múltiples y humildes debilidades; el pan tostado con ajo, aceite y sal. Así, sin más predicamento ni acompañamiento alguno. Si lo hay, bienvenido sea, no le haré asco alguno. Pero realmente, como más me gusta, es en su sencilla desnudez: pan de hogaza tostado, buena friega de ajo, buen aceite de oliva y sal. Un desapercibido placer de los que resucita el ánimo y carga las baterías.
Cuántos buenos momentos me ha regalado tan tradicional combinación. Ahora no es tan habitual en mi dieta, pero de vez en cuando, algo en mi interior me pone a prueba a sabiendas de que llevo todas las de perder. No es que vea pan y ajo y me inciten de forma inesperada a unirlos, no. Esta cotidiana situación todavía la consiga dominar. Es un de repente, como un antojo, el que me incita a degustar semejante, para mí, manjar. Es entonces, como un deseo irrefrenable, cuando sí o sí, necesito sentir en mi boca el crujir del pan bien cargado de ajo y que el cálido aceite y la sal hagan el resto.
Ahora no tengo oportunidad de ponerlo en práctica, pero en mis días de noches alegres y mañanas tristes, anda que no me socorrió en mis indecentes despertares. ¡Gloria bendita! O cuantos gusanillos de mi estómago ha sanado su ingesta. ¡También, Gloria bendita! Y qué decir de la compañía que me ha proporcionado en las domésticas tardes de bata y zapatillas. ¡Por supuesto, Gloria bendita! Y ya puestos, qué decir de tomar una de estas tostadas frente a una lumbre donde acabamos de dorar el pan.¡De escándalo!
Mira por donde, que sin tenerlo en mis planes, me acaba de entrar un de repente. No tenía pensado cenar. He comido tarde. Creo que no lo voy a poder evitar.
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