domingo, 26 de enero de 2025

01572 Aquel Muñeco de Nieve

 CADA DÍA ES EL MEJOR DEL AÑO


Cerler, Benasque, marzo de 2008. Habíamos ido a pasar un fin de semana con mi hermana María Engracia al apartamento que tenía en Cerler. Me entusiasmaban aquellos esporádicos encuentros con ella, en su compañía, y en tan espectacular y entrañable enclave del Pirineo aragonés. Los paseos, las fiestas gastronómicas a las que nos sometía, los divertidos juegos con los que entreteníamos a las niñas... Añoro aquellos días de plácida felicidad.

En esa ocasión, ante el anuncio de nuestro viaje a Cerler, entre las prioridades de mis hijas se encontraba la posibilidad de confeccionar un gran muñeco de nieve. Al día siguiente de nuestra llegada, nos dirigimos a la pistas de la estación invernal con el objeto de disfrutar de un hermoso y soleado día en la nieve. Nos encontramos con un buen número de esquiadores apurando la temporada de esquí que anunciaba su fin.

Las pistas todavía presentaban un buen aspecto para la práctica del deporte blanco. No era sobresaliente, pero sí aceptable. Fuera de ese espacio, la nieve ni estaba ni se la esperaba ya. Cuando comuniqué a las niñas que igual no podíamos hacer el tan ansiado muñeco de nieve, las caras de decepción no tardaron en asomar a sus caritas. Les costaba entender que, habiendo nieve, tal y como veían, no se pudiera confeccionar un muñeco. Intenté explicarles que en las pistas no se podía estar, que había mucha gente y que era peligroso. Miré a mi alrededor y solo pude observar tierra húmeda y serpenteantes y minúsculos hilos de agua. Nada de nieve. 

Tras pasear por la nieve durante unos minutos, volvimos al coche para regresar al pueblo con dos hijas decepcionadas y un padre entristecido por su decepción. No llevaríamos ni cien metros recorridos con el coche, cuando a mi izquierda, en una pequeña explanada atravesada por un pequeño riachuelo, avisté un rayo de esperanza en forma de pequeños montículos de nieve. Estacioné el coche, nos bajamos y nos dirigimos hacia el primero de los pequeños montones de nieve. Las niñas dejaron asomar sonrisas en sus caras y alegría en sus ademanes. Al acercarme al primero de los montículos, sin ser muy entendido en la materia, confirmé mis sospechas. Más que nieve era hielo. No dije nada. Solo les pedí a las niñas que fueran haciendo acopio de la "nieve" que encontraran y que la dispusieran como si fuese una montaña. Y así fue como, con las manos como cubitos de hielo, a pesar de llevar puestos los guantes, con mucha paciencia, imaginación y, como no, con mucha ilusión, confeccionamos nuestro muñeco de hielo. Loreto aportó su bufanda y Jara su gorra. Del bolsillo saqué dos relucientes monedas de 5 céntimos de euro para simular sus ojos. Unas secas hierbas harían las veces de pelo y nariz. Y finalmente, una piedra sería dispuesta a modo de boca.

Acabado el níveo muñeco, las niñas se mostraron satisfechas y emocionadas con el trabajo realizado. No se trataba de un gran muñeco de nieve. Más bien, todo lo contrario. Lo importante es que el objetivo se había alcanzado. Ellas, encantadas con su trabajo. Y yo, feliz de no haberlas decepcionado en aquel maravilloso día. Solo un padre, una madre, sabe de lo que estoy hablando. 

Unos años más tardes, en las Navidades de 2014, me acordé de aquel muñeco de nieve y todo lo que en ese momento significó para mí. Acudí al archivo fotográfico donde la guardaba y recuperé su imagen para felicitar el Año Nuevo, con la siguiente leyenda: "Recuerda: cada día es el mejor del año. Cada día comienza en nosotros un año nuevo. Feliz 2015".

No hay comentarios:

Publicar un comentario