UN PLATO DE ANÉCDOTA
Ya tenía ganas de que la cuchara volviera a la mesa. Algo
huele ya a otoño, no mucho, pero algo huele, y qué mejor manera de abrirle las
puertas, que con un plato de cuchara de esos que tanto gustan a todos. Había
varias posibilidades, todas igual de apetecibles, pero finalmente me he
decantado por unos garbanzos con bacalao. Legumbre, pescado y hortaliza se
llevan bien en la cocina y en este caso el resultado es un plato equilibrado,
nutritivo y para nada pesado.
Mientras me hacía con los ingredientes, he recordado una
simpática escena acaecida hace veintiún años y que en casa traemos al presente
con frecuencia. Habíamos acudido a la pintoresca localidad altoaragonesa de Hecho
para visitar a mi hermano Antonio y familia, donde estaban pasando unos días de
asueto. La idea era regresar a casa después de comer con ellos, pero la tarde
se fue complicando hasta que se hizo la hora de cenar. Mi hija Jara todavía no
había aprendido a caminar y apenas contaba con su veintena de dientes. Como
teníamos previsto estar en casa para cenar, sólo nos llevamos la papilla de la
peque para la hora de la comida. Antonio y Ana insistieron en que nos quedáramos.
Cenaríamos pronto para que no se nos hiciese muy tarde y en cuanto a Jara, le
pediríamos una tortilla floja.
A Jara le pedimos una tortilla floja sin saber cómo
reaccionaría ante ella, pues se trataba del primer alimento que ingería más
allá de sus papillas, potitos y alguna que otra galleta blandita con las que
pasaba el rato. La tortilla apareció en la mesa a la par que los garbanzos con
bacalao. Nos servimos unas generosas raciones de legumbres y cuando pusimos el
primer trocito de tortilla en la boca de Jara, la pequeña giró la cara en señal
de desaprobación. Insistimos una y otra vez, pero no había manera de que la
probara. Cada intentona se convertía en una negativa. Fue Ana quien se dio
cuenta, mientras Gloria y yo intentábamos con las acostumbradas estrategias que
Jara probara la tortilla, que la niña no quitaba los ojos de los platos de
garbanzos con bacalao que nos habíamos servido. Sin mucha fe, Gloria cogió un
garbanzo de su plato, lo partió y se lo dio a probar a Jara. Fue poner el
trocito de garbanzo en su boca y empezar nuestra peque a agitar manos y pies en
señal de aprobación. No sé cuántos garbanzos y miguitas de bacalao llegaría a
comer, pero la señorita se quedó más que satisfecha. A todos los presentes nos
pareció increíble, además de amenizarnos la cena con sus caritas y aspavientos.
En cuanto a la tortilla floja, os podéis imaginar quién se la acabó comiendo.
Hay muchas recetas de garbanzos con bacalao, todas
interesantes. Yo practico la que me enseñó mi maestro, no solo en la cocina, hermano
Antonio.
Ingredientes para 4 personas: ½ kilo de garbanzos, 400
gramos de bacalao desalado sin piel ni espinas, una cebolla, 3 dientes de ajo,
1 pimiento verde, una hoja de laurel, 2 tomates maduros, aceite de oliva,
pimentón dulce y sal.
Elaboración: Poner los garbanzos en remojo la noche anterior
con el fin de ablandarlos. Al día siguiente, en una olla con un poco de aceite
de oliva, hacer un sofrito de tomate, cebolla, pimiento y ajo. Una vez hecho el
sofrito, triturar y añadir el pimentón. Rehogar un minuto e incorporar los
garbanzos, el bacalao, la hoja de laurel, sal y cubrir de agua. Dejar cocer a
fuego lento hasta observar que los garbanzos están tiernos.
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