SAN BETURIÁN, EN EL SOBRARBE OSCENSE
Vuelve este caleidoscopio vital a recrear sus sentidos en el
Sobrarbe oscense. Y lo hace centrándose en todo un referente histórico de esta
comarca altoaragonesa como es el Real Monasterio de San Victorián o San
Beturián.
La primera vez que lo visité fue hace más de dos décadas.
Creo recordar que una parte de la propiedad del edificio se encontraba por
aquel entonces en manos privadas y sobre él prometían un interesante futuro. En
aquella ocasión solo pude “disfrutar” del exterior y del entorno donde se ubica
el cenobio. Por un buen puñado de razones, que no vienen al caso, guardo un
grato recuerdo de aquella visita.
Según cuenta la leyenda, “San Victorián llegó a los
Pirineos huyendo de las tentaciones terrenales. Tras una vida de eremita en la
Cueva de la Espelunga y realizando grandes prodigios, fue nombrado abad del
monasterio, que en un principio se llamó San Martín de Asán. Tiempo después, en
el siglo XI, el monasterio tomó su nombre pasándose a llamar de San Victorián o
San Beturián”.
Sería a finales del siglo XVI cuando comenzaría la
decadencia del cenobio tras la pérdida de propiedades por las políticas reales
y eclesiásticas, creándose el Obispado de Barbastro, pasando de controlar más
de 50 localidades a solo 20.
La economía del cenobio sobrarbense sufriría un nefasto golpe con la desamortización eclesial de Mendizábal, al perder gran parte de sus tierras. En 1844 estuvo previsto vender el monasterio pero se suspendió la venta por su valor histórico, según un Real Decreto, y San Victorián quedó encomendado al Ayuntamiento de Los Molinos.
La iglesia fue construida en el siglo XVII sobre una
anterior medieval. Presenta planta de cruz latina, de tres naves y cabecera
recta orientada al oeste, con capillas adosadas. En la del constado meridional
hay una cripta para enterramientos. En el costado sur se alza la torre con dos
cuerpos, rematados en un chapitel octogonal.
El claustro presenta tres galerías cubiertas con arcos de medio punto y
apuntados. En un dintel hay un pequeño relieve románico, enmarcado en una
mandorla, del siglo XII.
Desde aquella primera y ya lejana visita, muchas cosas han
cambiado en torno a esta histórica joya arquitectónica. Tras la compra por
parte del Gobierno de Aragón de la parte privada, hospedería y palacio abacial,
se consolidó todo el conjunto con el objetivo de detener el avance de la ruina.
Recientemente leí en un medio de comunicación que el Gobierno de Aragón invertirá un total de 670.000 euros hasta finales de 2023 en las obras de restauración y conservación del palacio abacial del monasterio. Cabe recordar que el Monasterio de San Victorián forma parte de la red de panteones reales impulsado por el Gobierno de Aragón, junto con los de San Pedro el Viejo de Huesca, San Juan de la Peña, Sijena y el Castillo de Montearagón.
Según se explicaba, el proyecto prevé la restauración y
consolidación del ala noroeste, con un avanzado estado de deterioro, el recalce
de la cimentación, la restauración de paramentos verticales, el arriostramiento
de los forjados y la sustitución de la cubierta.
El Monasterio de San Victorián, Bien de Interés
Cultural en la categoría de monumento desde marzo de 2002, constituye
un conjunto arquitectónico monacal del siglo XVI formado por
diferentes construcciones, ubicado en un lugar montañoso y aislado y rodeado
por un recinto amurallado.
El recinto del monasterio se compone de una Casa
Abadía, una Hospedería y dos construcciones rectangulares entre sí y
dispuestas en torno a un espacio abierto con una fuente y una cruz.
En el centro se dispone el claustro de la
comunidad, cuya crujía oriental es el único vestigio de la construcción
medieval sobre la que se levantó el nuevo monasterio.
Espero y deseo que este anuncio de inversiones en el Monasterio
de San Victorián sea una efectiva realidad a no mucho tardar y que no pase como
en tantas otras ocasiones, que solo sirva para regalar atractivos titulares a
los ojos del olvido.
Disfruté de la visita al cenobio sobrarbense, pero también tengo
que reconocer que me entristeció ver hasta qué punto se puede dejar al albur de
la desidia y de la falta de interés tan preciado patrimonio histórico y
cultural.
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