EL MEJOR DEL DÍA
Un café bebido en el termo donde lo he transportado y acompañado de un cigarrillo, mientras miro la tierra trazada, que espera mis diarias atenciones. Un café en soledad, sin ruidos, si acaso, el sonido del trinar de algunas aves que paran unos segundos en el huerto para continuar en otro lugar sus juegos.
Es un café sin pensamientos. Ya es difícil. Pero sí, sin pensamiento alguno. Solo la mirada y la ilusión por lo que ha de venir, marcan tan preciado instante. Y así, un día tras otro. Como si se tratase de un ritual, me cambio de ropa, me siento en la pequeña acequia del huerto y voy saboreando pequeños y amargos sorbos de café. Me hace sentir bien y creo que este momento hasta me reconforta. Definitivamente, mi mejor café es el que me tomo sin prisas, sin ansias, sin sentirme observado, sin reproches, sin nada que me perturbe, sin lágrimas, sin reparos... Ese café que me tomo cada día en el huerto, justo antes de comenzar a mancharme felizmente con la tierra.
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