MICRO RELATO
Ese día, sus pasos le llevaron hasta un idílico paraje, otrora recreo de su infancia, próximo a la ciudad en la que sobrevivía. El aire era fresco en la mañana de los últimos amaneceres del verano. Entre las hojas y ramas de los árboles que poblaban tan bello espacio, se dejaban entrever un cielo limpio, azul, y un sol desdibujado que se empeñaba en formar parte de una armonía perfecta.
Caminó, como un equilibrista sobre el alambre, a lo largo de la orilla del pequeño río que dividía, en partes desiguales, el fresco y oloroso paraje. En su juguetón caminar, abrió y cerró los ojos en repetidas ocasiones para escuchar mejor el sonido del aire, de la tierra pisada, de los árboles y del discurrir del agua. Al llegar a un meandro del estrecho río, se detuvo y asomó su cara al agua para verse reflejado en ella. Observó una faz diferente y animosa. El hombre indeciso y gris había dejado paso a un ser luminoso, decidido e instalado frente al timón de su vida. Ya no había miedos a las decisiones a tomar. Parecía todo tan enérgico y sencillo. Decisión y elección. Elección y decisión, reía mientras repetía.
Sereno y con un brillo jamás visto en su mirada, regresó sobre sus pasos para... A través del ventanal del dormitorio se colaba una tenue luz que apenas alumbraba la habitación. Se desperezó confundido, desganado e incluso algo alterado. Antes de abandonar la cama, miró y remiró con asombro la estancia. Puso los pies en el suelo y se dirigió al aseo. Se miró en el espejo y allí estaba él; el de siempre. El olor a café recién hecho le devolvió a la vida. Los gritos de los vecinos de abajo, a la rutina. El sonido de la calle, a la monotonía. El dolor de huesos, a ver cómo se pasa el día. Solo fue un sueño. Un hermoso e inesperado sueño.
Fotografías: Fuente de Marcelo (Huesca), septiembre de 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario