jueves, 8 de diciembre de 2022

01075 Los Raqueros

PUERTO CHICO



A finales del siglo XIX e inicios del XX, se veía deambular por el santanderino barrio de Puerto Chico a unos niños, a la espera de que algún marinero o turista lanzase a las aguas del puerto cántabro una moneda que luego intentarían recuperar buceando. Eran muchachos, en su mayoría huérfanos, que se ganaban la vida mediante pequeños hurtos y de las propinas que recibían por recoger los objetos tirados al agua. Se les conocía como raqueros, un apelativo que, según la Real Academia Española define como, “rateros que hurtan en puertos y costas”.

El escritor cántabro y autor de célebres novelas de costumbres, José María de Pereda, en su obra “Escenas montañesas” escribió sobre los raqueros: “Yo soy de la opinión del raquero: su destino, como escobón de barrendero, es apropiarse de cuanto no tenga dueño conocido: si alguna vez se extralimita hasta lo dudoso, o se apropia lo del vecino, razones habrá que le disculpen; y, sobre todo, una golondrina no hace verano.

El raquero de pura raza nace, precisamente, en la calle Alta o en la de la Mar. Su vida es tan escasa de interés como la de cualquier otro ser, hasta que sabe correr como una ardilla: entonces deja al materno hogar por el Muelle de las Naos, y el nombre de pila por el gráfico mote con que le confirman sus compañeros; mote que, fundado en algún hecho culminante de su vida, tiene que adoptar a puñetazos, si a lógicos argumentos se resisten. Lo mismo hicieron sus padres y los vecinos de sus padres. En aquellos barrios todos son paganos, a juzgar por los santos de sus nombres”.

Desde 1999, junto al Muelle del Calderón, en el hermoso paseo marítimo de Santander, cuatro niños de bronce a tamaño natural, obra del escultor José Cobo Calderón, nos recuerdan la existencia de lo que fueron estos pequeños personajes típicos santanderinos. Uno de pie, preparado para lanzarse al agua tras avistar una moneda; otro, lanzándose de cabeza al mar; y dos más sentados, con la mirada perdida en la soñada bahía, en sus días de correrías.

Siempre que visito Santander, en el obligado transitar por el paseo marítimo, me detengo a mi paso por este grupo escultórico. No tengo ni una sola fotografía con ellos, sí muchas de ellos. De su mirar, de su horizonte, de su inerte expresión, de sus movimientos en quietud, de su estética… Tengo muy aprendido el escenario, pero con todo, me gusta respirar su aire de verdes y azules tonos. 












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