A GRANDES TRAZOS
Me gustaría conocer a quien pinta el cielo. Hace tiempo que deseo conocerle, pero por más que busco, todavía no he dado con él. No sé si es un artista desaliñado o de punta en blanco con pañuelo al cuello. Si se ha formado en una escuela de Bellas Artes o es autodidacta. Si es introvertido o un engreído de sí mismo. No sé nada acerca de él. Sólo sé que me gusta lo que hace y que daría todo por beber de sus mismas fuentes.
Su paleta de colores no tiene precio. Maneja los azules como nadie sabe hacerlo, intensos, descuidados y hasta rasgados. De sus grises qué decir, su estado de ánimo le delata. En ocasiones suaves, de ligero abatimiento y serena templanza en contraposición a las pinceladas de oscuro enfado y enfrentado desafío que casi da miedo mirarlo. Entonces no le busco. No quiero conocerlo. Bastante tengo con los de aquí abajo. Preferiría encontrármelo cuando pinta el cielo de imaginación y fantasía y con un sol que quiere despedirse del día. O cuando los añiles pugnan por sobrevivir entre los blancos y la luz parece adormecida. Pero donde más admiro su maestría es cuando dibuja mares de quietas olas sobre una tierra inexistente. Lo que daría por acompañar su brazo y sentirme parte de ese trazo medido y acertado.
Hoy ha pintado el cielo desganado. No sé si es un boceto, algo abstracto o fruto también del cansancio. También me gusta. No sé que ha intentado, pero también me gusta. Es el color, la primera impresión al observarlo lo que me ha dejado cautivado.
Una vez más, como tantas otras veces, he buscado al pintor entre el color y las nubes, y no lo he encontrado. Será que el cielo se pinta solo, a grandes trazos.
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