Un plato de buenas rabas me parece algo, en su sencillez, delicioso y alentador. Un quita penas infalible, la apoteosis de un aperitivo o el capricho de cualquier comida. Pero como todo para que esté bien, hay que saberlos hacer. Y de esto, por las tierras norteñas son especialistas. Especialmente me encantan aquellas cuyo rebozado se escucha en la boca. Nunca he preguntado cómo se consigue. Me lo puedo imaginar, pero no compartiré mi opinión por si acaso digo alguna barbaridad.
Como afortunadamente no tengo otra cosa que hacer en esta tarde, la he dedicado a indagar entre la diferencia entre calamar y raba, así como por el origen de tan fantástica forma de elaborar el susodicho cefalópodo.
A modo de resumen. En una publicación del Diario Montañés, firmado por Antonio Martínez Cerezo, se indica lo siguiente: "En la prensa decimonónica abundan los anuncios que informan al personal de la llegada a puerto, plaza o mercado, de partidas de rabas procedentes de los gélidos mares situados al norte del norte de España. A este tipo de producto, llegado en barriles y expendido a granel como cebo para pescar sardinas, hace referencia el DRAE en la única acepción que al vocablo reconoce, definiendo raba como «cebo que emplean los pescadores, hecho con huevas de bacalao». Y de la raba que a diario se picotea en los mesones y restaurantes de Cantabria la Academia no dice ni pío.
En cuanto a la diferencia entre calamar y raba, no acabo de encontrar la razón precisa. Hay quien hace el distingo según la costumbre de denominación en una u otra zona del país. Quien distingue el calamar de la raba por la forma de presentar el producto; si son en aros es calamar y si es a tiras las denomina rabas, y quien, de forma ya más exquisita, solo admite el término raba cuando se trata de las patas del pulpo.
Enfín, sea como fuere, ¡Marchando una de rabas! siempre y en cualquier momento.
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