Pienso esto mientras disfruto de unas amables alcachofas de la buena y vecina tierra navarra. Ni salteadas siquiera. Solo con ajo y cebolla. Suma sencillez, máximo deleite.
Son unos buenos ejemplares y están en su justo punto de maduración. Una vez limpias y dejado al descubierto sus "corazones", partidos por sus mitades, en lugar de hervir la hortaliza, la cocinaré al vapor; que quede tersa y con todo su potente sabor.
Aceite de oliva virgen en una sartén, fuego lento, unos dientes de ajo cortados a láminas y una cebolla también cortada, serán más que suficiente para el posterior maridaje con las alcachofas. Que la cebolla pierda lentamente su blanquecino color y muestre su transparencia. Sin prisa, como un recreo. En ese mismo instante se incorporan los tersos corazones con el añadido de medio vaso de agua de su cocción. Sigue el fuego lento hasta la práctica evaporación del agua. Sal al gusto.
No hay más para el máximo deleite desde la suma sencillez.
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