
Cuentan que cuando Roldán, al mando de la retaguardia del ejército carolingio, se retiraba hacia Francia, hostigado desde el sur, fue rodeado en la peña de San Miguel. Roldán entonces, para liberarse de sus perseguidores, espoleó a su caballo que, de un salto, alcanzó la peña de enfrente, la de Amán, sorteando el abismo que las separa, dejando marcadas sus huellas en la propia roca.
Mi mirada ahora es diaria, de ida y de vuelta. Lejanía y proximidad siempre bella; de hasta luego y bienvenida. De color cambiante; desde el disimulo hasta la luz perfecta de ensueño y embrujo. Referencia de un punto y seguido, de dos guiños al amanecer y de dos luceros cuando cae la tarde.
No son mallos verticales capricho de la naturaleza. Son dos rocas que palpitan un decir y hasta un cantar, allá en la callada Sierra de Guara.
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