Murmuran las aguas de una fuente cercana como murmuran dos vecinos a la puerta de una casa. Se me antojan vigías a la entrada de un pueblo que me resulta atractivo. Edificios de piedra sillar, de apacible apariencia, mimetizados a un paisaje al que no quieren perturbar. Las calles huelen a limpio, a día de colada. Pronto, a no mucho tardar, el olor será de brasa, de cocina de puchero que sabe a tradición lenta y honrada.
La iglesia parroquial de San Miguel eleva campanas sobre el pequeño pueblo que quiere proseguir su historia. La visita es breve y la estancia se hace grata entre portalones, floridos rincones y un "sin pecado concebida". Se trataba de pasar por aquí, coger cuatro detalles, cumplir un objetivo y dejar un saludo cortés en la despedida.
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