Una vez al año, dos a lo sumo si en la fiesta se tercia. Nunca fuera de temporada aunque el ofrecimiento sea de exclusiva e inmejorable autoría. La tradición así me lo encarga. Será una manía, una personal pauta. Tampoco tiene más importancia.
Melocotón, malacatón, y vino. El uno, joven, duro, y de la verde y frutícola ribera; el otro, viejo, con solera, salido de alguna bodega amiga. Juntos, el aroma y el sabor de una fiesta popular de dance y emociones en espera. Una conjunción que no se busca; como la vida, sale al encuentro.
Se asienta en la mesa como un dulce abrazo al final de una mañana de fiesta vestida en verdes y blancos. Una jota de recio cantar se oye entre aplausos mientras los frutos acentúan su sabor de puro contagio. Es el último trago. Miradas de complicidad y de soslayo. No se oculta que la combinación ha gustado.
Una vez al año, dos a lo sumo si la fiesta de agosto lo trae de la mano.
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