


Solía elaborarla los fines de semana que era cuando mi trabajo me permitía sentarme a cenar con ellas; una sana y familiar costumbre que se ha ido perdiendo en nuestros días en favor de ingestas rápidas y frugales. Todavía retengo en mi retina los ojitos de Loreto y Jara haciéndoles chiribitas cuando salía a la mesa el rulo de tortilla relleno de jamón y queso. Parecía aparente y extraordinario ante sus ojos aunque se tratara de una simple tortilla de huevo enriquecida con los siempre socorridos jamón de york y sabanitas de queso. No sé si sería la redonda presentación, las estrías que dibujaba la plancha sobre el huevo o el hecho de que nos sentáramos los cuatro a la mesa, que esta preparación se les antojaba como algo festivo.


Cuatro huevos batidos, una pizca de sal y un chorrito de leche, y que vaya cuajando sobre la plancha caliente sin apenas aceite. Cuando empiece a cuajar, jamón de york y sabanitas de queso. Mejor dobles pisos para que el rulo tenga más consistencia. Hoy será de un sólo un piso. No tengo suficientes ingredientes. Cuajada la tortilla llega el "peor" momento; enrollar el preparado. Mejor con los dedos. Y me acuerdo de mi madre, "ningún bueno se quema, hijo mío". Seré malo porque me quemo. Me ayudo de espátulas. Más que un rulo me ha salido una tortilla gigante. Ha faltado una capa más de relleno. La elaboración no está para concurso, sólo para representar un recuerdo de chiribitas revoloteando en unos preciosos ojos.
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