Aunque soy hombre de tierra adentro, no sé por qué el mar ha proyectado en mí un enigmático imán. El Mediterráneo me atrapó de niño. El Cantábrico me sedujo ya adulto. Y ahora son las aguas del Atlántico, allá en tierras onubenses, las que ponen placidez a mis miradas.
Algo tiene el mar, el agua, su paisaje y sus ancestrales historias de marinos y puertos que han sido objeto creativo de escritores, pintores, fotógrafos, poetas... Más allá de su belleza, el piélago tiene ese valor añadido de cómplice callado. De amigo inesperado y vecino bienvenido. Espacio de juegos infantiles de cubo y pala; de recreos de mocedad de piel con piel; de senda borrada para pensamientos confusos.
"De mirarte tanto y tanto,
del horizonte a la arena,
despacio,
del caracol al celaje,
brillo a brillo, pasmo a pasmo,
te he dado nombre; los ojos
te lo encontraron, mirándote"
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