Reviso fotografías de momentos felices. Y allí está ella como haciéndome un guiño para cautivar mi atención. No hace falta, le digo. Sigo contando contigo, Peña Montañesa.
Cómo no recordar tu silueta y tu maquillaje de atardecer. Cómo olvidar los paseos sin importancia en momentos sin trascendencia. Paseos pausados de admiración infantil, de familia unida y querida, de cumpleaños por sorpresa para celebrar diez lustros de vida.
De Los Molinos a El Pueyo de Araguás y de aquí a Aínsa. De Los Molinos al Monasterio, en misterio, de San Victorián, y de vuelta al punto de partida para disfrutar y reír de los momentos cincelados en el verdor y la humedad de quien todo lo domina.
Y ella guarda en silencio desde sus impresionantes paredones nuestra ventura.
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