Si bien el verde fruto se me sigue resistiendo, a la cereza sucumbí a la tercera o cuarta Feria de la Cereza de Bolea. Llegado el mes de junio se celebra en esta localidad una singular feria dedicada a tan sugerente fruto y mientras trabajé en la radio me acercaba hasta la pequeña y entrañable villa para hacer un programa en directo y anunciar así los pormenores del certamen.
Aprendí a hacer postres con cereza, entre ellos, el de cereza bañada en cobertura de chocolate negro o blanco. Escuché una leyenda en la que un emperador chino ante la inminente muerte de su esposa y su curiosidad por conocer la nieve, la paseó por un inmenso campo de cerezos en flor. ¡Magnífico espectáculo, por cierto! Y me explicaron que de la cereza, al igual que del cerdo, se aprovecha todo.
Es a mi gran amigo Pedro Bergua a quien le debo el hecho de romper con la manía de que no me gustaran las cerezas. Unos días antes de la tradicional feria nos invitó a la familia a coger cerezas a su huerto. Veía como mi gente de cada cinco frutos, tres iban a la cesta y dos a la boca. Así una y otra vez, como si fueran pipas. El caso es que me contagié de tal modo de proceder y hasta hoy.
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