MÁS QUE UNA HUMILDE PATATA
Revisando y clasificando fotografías, hacía tiempo que no
abordada tan inacabable labor, le ha tocado el turno a un archivo de un viaje a
Galicia, concretamente a Lugo. Sin prisas, he vuelto a recrearme plácidamente
con los singulares y atractivos parajes y paisajes que regala esta hermosa
provincia, además de rememorar su gustosa gastronomía. ¡Qué gratos momentos
disfrutados y vividos!
Ordenado y archivado el viaje, he acabado por hacer un
listado de cosas que me gustaron para poco a poco ir trasladándolas hasta este
caleidoscopio vital. La duda estribaba en por dónde empezar. Finalmente, me he
decantado por los cachelos. No sé cuántos de estos pequeños tubérculos llegué a
comer en aquellos días, pero a tenor de las imágenes que guardo, fueron
numerosos. Con pulpo, con lacón, en exquisitos caldos, con sardinas asadas, con
raxo, e incluso en solitario con aceite y sal. Me parecieron deliciosos de
cualquier manera. Ya los había probado con anterioridad, pero nada que ver como
los saboreados en origen.
Por lo que pude observar, no hay una única forma de cocinar
los cachelos. Las que traigo hasta aquí son las más extendidas. La primera
opción pasa por lavar las patatas y sin quitarles la piel, ponerlas en una
cazuela con agua y sal. Dejar cocer durante unos veinte o veinticinco minutos y
si al introducir un palillo entra y sale con facilidad, ya están cocidos. Una
vez cocidos, apagar el fuego y retirar los cachelos. Escurrir el agua de la
olla y volver a colocar los cachelos en su interior con la olla tapada con un paño
durante un par de minutos para que acaben de secarse.
Otra opción es coger los cachelos y una vez lavados,
introducir un cuchillo un par de centímetros en la carne y terminar el corte
con un giro del cuchillo. El corte del tubérculo debe hacerse escachado, es
decir, sin cortar totalmente con el cuchillo, sino dejando que la patata se
parta parcialmente. A continuación, echar los cachelos en una cazuela con
abundante agua con sal y llevar a ebullición por espacio de unos veinte minutos.
Dicho lo cual, tengo que confesar que desde aquel viaje no
he vuelto a comer cachelos. Ha habido intentos, pero nada que ver con los
saboreados en tierras lucenses. Han quedado en unas simples patatas cocidas. Y
es que hay determinados alimentos, y este es uno de ellos, que hay que
disfrutarlos en su origen.
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