DELICADA Y SUBLIME
No creo que sobrepase la docena y media de veces las que he
comido langosta a lo largo de mis sesenta y cuatro años de vida. Y salvo en
alguna rara ocasión, mejor dicho, cuando el mercado las ha puesto a tiro de
cartera, la mayoría de oportunidades de sentarme frente a tan preciado marisco
ha sido en alguna boda o celebración a la que he sido invitado.
Así como con otros alimentos o platos que han ido pasando
por este caleidoscopio vital tengo muy presente “aquella primera vez”, con la
langosta no tengo ni la menor idea ni dónde, ni cuándo, ni cómo la saboreé en
primera instancia. Intuyo, solo intuyo, que sería en alguna boda y con algunos
años ya sobre mis piernas, porque en mi casa no estábamos para tales dispendios.
Cuando he comido langosta, al no ser un ingrediente
cotidiano, ni de lejos, de mi dieta, la he saboreado como si no hubiese un
mañana. Si habitualmente como despacio, con este preciado marisco puedo llegar
al límite de la desesperación. Dicen los que saben de este manjar, que es la
carne más exquisita de todo el océano, la más delicada y sublime, y la más
deseada en las mesas de todo el mundo. Y con esos honores me enfrento a ella
para mi disfrute.
A la hora de cocinarla nos decantamos por la forma más sencilla
y evitando incorporar elementos que pudieran disimular su natural y atractivo sabor.
Así que acudimos a los consejos traídos de uno de nuestros viajes a Galicia:
poner agua a hervir con un poco de sal e introducir la langosta, por espacio de
diez minutos, desde que el agua entre en ebullición. Sacar la langosta del agua
y dejarla en reposo sobre unos cubitos de hielo hasta que se enfríe.
Sacamos la langosta a la mesa desprovista de su caparazón,
con unas hojas de lechuga y aliñada simplemente con unas gotas de aceite y
vinagre. ¡Espectacular!
Ni me acordaba de cómo era su textura y sabor. Así que puse a
todos mis sentidos en formación, con el mandato de que estuviesen bien atentos
y receptivos porque no sabía cuántos años iban a pasar hasta que se vieran en
otra como esta. Y ya lo creo que me hicieron caso.
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