De los muchos lugares y rincones que acaparan mi atención de mi ciudad vivida, uno de ellos es la Plaza de Navarra. Ya no solo por su atractivo como plaza, que lo tiene, sino por cuanto representa para el imaginario colectivo de los oscenses.
Céntrico lugar de referencia, de celebración, de encuentro, de paso y de "capazo". Ágora contemporánea de tertulia improvisada al amparo del sol que más calienta. Escenario de reivindicación, de ilusiones compartidas, de punto de partida... Es la Plaza de Navarra, donde viven ancladas a una fuente ninfas y musas. Es una forma de hablar, pero dudo que haya un oscense que no tenga una imagen en tan espléndido lugar, ni visitante que no se lleve el recuerdo a su paso por este enclave singular.
Sí, me gusta la Plaza de Navarra, de Zaragoza, del Casino o de Hacienda, como también se acostumbra a nombrar. Plaza de imborrables recuerdos, de alegre y cotidiano transitar, de saludos y de traca final.
En 1850 fue Plaza de San Francisco, enseguida Plaza de Zaragoza hasta 1905, que pasa a llamarse de Camo con motivo de su nombramiento como senador vitalicio. Con la proclamación de la II República, Plaza de la República. El nombre de Plaza de Navarra se le adjudica con la liberación de Huesca, siendo esta región la que manda refuerzos a la sublevación militar.
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