YA NO SOMOS LOS MISMOS
Además de las generalizadas
notoriedades que nos hacen observar el paso de los años, como son el espejo
al que te asomas cada día, los distintos dolores con los que te despiertas cada
mañana o ver cómo han crecido tus hijos, existen otros
medidores, más personales, que lo demuestran también a la perfección. De
estos últimos, hay varios; uno de ellos, el turrón.
Este dulce típico y tradicional de las fiestas navideñas me
gusta desde que tengo uso de razón. En mi época infantil y juvenil no había
mucho dónde elegir: blando de Jijona, duro de Alicante,
de yema tostada y tortas de nieve con avellanas. Mi madre siempre compraba
los turrones a Antonio Cremades, un turronero alicantino, que llegado el mes de
diciembre se desplazaba hasta Huesca e “improvisaba” la venta de turrones en
los patios de las casas del centro de la ciudad con un cartel como reclamo en
el que se podía leer: ¡ALTO AQUÍ! Por lo que escuché en alguna ocasión a mi
madre, algunos años se instalaron en el portal de casa, en el Coso Bajo, 11. Yo
los recuerdo ya en el portal de la casa vecina, hasta que después de muchos
años se trasladaron a la calle Perena, abriendo una tienda temporal, lugar
donde se localizan en la actualidad, próxima a la iglesia de Santo Domingo de
la capital oscense.
He tenido la curiosidad de recoger algunos anuncios publicados
ante la llegada del afamado turronero en el periódico local de la época. Y así,
el más antiguo que he encontrado data del 15 de diciembre de 1892, publicado en
el Diario de Huesca. Dice así literalmente: “Antonio Cremades, que tenía
establecida su venta de turrones en los Porches de Verdejo, se ha trasladado
con dicho género al número 9 y 11 del Coso Bajo, el que tiene el honor de
ofrecer al público los géneros siguientes: Turrones de Jijona, de Alicante,
Yema y de Nieve; dulces secos de todas clases y peladillas de Alcoy, todo a
precios reducidos, con el fin de realizar su venta”.
Otro anuncio, también publicado en el Diario de Huesca, data
del 20 de noviembre de 1897. Reza así: “¡Ya llegó! El antiguo y acreditado
turronero Antonio Cremades, el cual como en años anteriores, ha traído las
diferentes clases de turrones, conocidas ya en esta capital por su
especialidad, y ha instalado su garita en la feria, frente a la peluquería de
Ramón Pueyo”. Y uno más, encabezado por un mayúsculo ¡ALTO AQUÍ! y publicado en
el diario Nueva España de Huesca el 23 de diciembre de 1949.
La presencia de este turronero en Huesca era uno de los
primeros indicios externos que anunciaba la inminente llegada de la Navidad, o
al menos, así siempre lo sentí. Aquellos primeros años que ahora recuerdo
fueron austeros. Hermosos y sentidos años, pero austeros. También el dulce
navideño corría la misma suerte. No faltó nunca, aunque se servía con
discreción.
Con el paso de los años se fueron incorporando a la mesa
navideña otros sabores: chocolate, coco, sin azúcar, en atención a la diabetes
de mi madre, de chocolate y almendras… y un turrón de fresa y nata que
comercializaba Chocolates Lacasa. Un turrón que para mí era adictivo hasta la
enfermedad. Y no es una forma de hablar, ya que, en una ocasión, ya madurito
yo, me puse enfermo después de ventilarme de una sentada una tableta entera.
Desde aquel entonces no lo he vuelto a probar. Ni tan siquiera sé, si continúan
elaborándolo.
Este dulce, sinónimo de fiesta en familia, escasamente
llegaba al día de Reyes. De algunos de los aplaudidos sabores, para esta fecha
ya no quedaba ni la caja. Y es aquí donde retomo, después de irme por los
cerros de Úbeda, el inicio de esta entrada, cuando decía que además de las
generalizadas notoriedades que nos hacen observar el paso de los años, existen
otros medidores, más personales, que lo demuestran también a la perfección.
Ahora, en casa compramos menos tabletas de turrón. Los
sabores tradicionales nos siguen acompañando, además de incorporar alguna
novedad. El dulce navideño ya no se termina con las fiestas. Nos acompaña
durante algunos meses más. Algunos años, incluso cuando aprieta el calor,
todavía quedan restos. Y es que, como decía con anterioridad, el turrón sigue
siendo igual de rico y placentero o más, pero, como dijo el poeta, “nosotros,
los de entonces, ya no somos los mismos”. Habrá que asumirlo sin castigarnos
demasiado.
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