LLAMADME LOCO
No hace falta presentación alguna. Están allí, en su quietud, en su incansable laboreo, en el pasar de sus días, dispuestos a escuchar y a ser escuchados. Les da igual que estés de pie, sentado o tumbado. No hay protocolo escrito. Todo les va bien, hasta el variable y confuso estado de ánimo. Tienen una constatada y dilatada experiencia para adaptarse, como camaleones, a cualquier situación que se les presente. Tampoco les importa quien lleve el peso de la conversación ni quien sea el primero en iniciarla. También en esto son expertos conversadores.
Son maestros de la lírica y profesionales de la palabra exacta. Tanto es así, que aunque sin ellos pretenderlo, te hacen sentir muy pequeñito y hasta insignificante. Pero hasta esto me gusta cuando entablo conversación con ellos. Siempre aprendo algo, hasta de su silencio.
Son pacientes y respetuosos. Nunca les he visto mirar el reloj, porque nuestros encuentros son "non tempus", ni plantear excusa alguna para dar por terminado nuestro diálogo. Solo hay un pero y es que todavía no he conseguido darles un fuerte abrazo o un buen apretón de manos cuando llega la despedida. Todo se andará.
Sí, sí, llamadme loco si así se os antoja, pero me encanta hablar con los paisajes.
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