Es lo que me sucedió recientemente en una comida en la Venta del Sotón. Me puse de pan como el kiko. De ajo, de pueblo, crujiente y de moños. Al ver el pan de moños no pude dejar de recordar la panadería que había, no sé si existe todavía, cerca de casa de mis padres, en la calle San Lorenzo. Elaboraban un pan delicioso, de pecado mortal. Para mi madre y para mí, la barra o las dos barras caían diariamente. Como digo, mi relación con el pan era tremenda. Y si venían mis hermanos algún fin de semana, dos panes de moños crujientes por fuera y de suave y esponjosa miga por dentro. De uno o de dos kilos. No he vuelto a probar otra cosa igual.
Por cierto, el pan de moños es típico y originario de la Hoya de Huesca. No recuerdo haber visto en panaderías de otras zonas geográficas este tipo de pan y eso que he visitado obradores. Se caracteriza por su corteza un poco más dura y su masa algo más compacta que la del pan común. De larga fermentación y buena aportación de masa madre. Su peculiar forma le permite aguantar más su humedad interior y le protege para que no se seque. Aunque es preferible comerlo en el día, o de un día para otro, el tipo de elaboración permite una conservación más larga de lo habitual en un pan.
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