viernes, 7 de noviembre de 2025

01716 Los Turrones

 YA NO SOMOS LOS MISMOS


Además de las generalizadas notoriedades que nos hacen observar el paso de los años, como son el espejo al que te asomas cada día, los distintos dolores con los que te despiertas cada mañana o ver cómo han crecido tus hijos, existen otros medidores, más personales, que lo demuestran también a la perfección. De estos últimos, hay varios; uno de ellos, el turrón.

Este dulce típico y tradicional de las fiestas navideñas me gusta desde que tengo uso de razón. En mi época infantil y juvenil no había mucho dónde elegir: blando de Jijona, duro de Alicante, de yema tostada y tortas de nieve con avellanas. Mi madre siempre compraba los turrones a Antonio Cremades, un turronero alicantino, que llegado el mes de diciembre se desplazaba hasta Huesca e “improvisaba” la venta de turrones en los patios de las casas del centro de la ciudad con un cartel como reclamo en el que se podía leer: ¡ALTO AQUÍ! Por lo que escuché en alguna ocasión a mi madre, algunos años se instalaron en el portal de casa, en el Coso Bajo, 11. Yo los recuerdo ya en el portal de la casa vecina, hasta que después de muchos años se trasladaron a la calle Perena, abriendo una tienda temporal, lugar donde se localizan en la actualidad, próxima a la iglesia de Santo Domingo de la capital oscense.

He tenido la curiosidad de recoger algunos anuncios publicados ante la llegada del afamado turronero en el periódico local de la época. Y así, el más antiguo que he encontrado data del 15 de diciembre de 1892, publicado en el Diario de Huesca. Dice así literalmente: “Antonio Cremades, que tenía establecida su venta de turrones en los Porches de Verdejo, se ha trasladado con dicho género al número 9 y 11 del Coso Bajo, el que tiene el honor de ofrecer al público los géneros siguientes: Turrones de Jijona, de Alicante, Yema y de Nieve; dulces secos de todas clases y peladillas de Alcoy, todo a precios reducidos, con el fin de realizar su venta”.

Otro anuncio, también publicado en el Diario de Huesca, data del 20 de noviembre de 1897. Reza así: “¡Ya llegó! El antiguo y acreditado turronero Antonio Cremades, el cual como en años anteriores, ha traído las diferentes clases de turrones, conocidas ya en esta capital por su especialidad, y ha instalado su garita en la feria, frente a la peluquería de Ramón Pueyo”. Y uno más, encabezado por un mayúsculo ¡ALTO AQUÍ! y publicado en el diario Nueva España de Huesca el 23 de diciembre de 1949.

En épocas más recientes, el texto de los anuncios se adaptaría a los nuevos tiempos, eso sí, bajo el reclamo del consabido ¡ALTO AQUÍ¡

La presencia de este turronero en Huesca era uno de los primeros indicios externos que anunciaba la inminente llegada de la Navidad, o al menos, así siempre lo sentí. Aquellos primeros años que ahora recuerdo fueron austeros. Hermosos y sentidos años, pero austeros. También el dulce navideño corría la misma suerte. No faltó nunca, aunque se servía con discreción.

Con el paso de los años se fueron incorporando a la mesa navideña otros sabores: chocolate, coco, sin azúcar, en atención a la diabetes de mi madre, de chocolate y almendras… y un turrón de fresa y nata que comercializaba Chocolates Lacasa. Un turrón que para mí era adictivo hasta la enfermedad. Y no es una forma de hablar, ya que, en una ocasión, ya madurito yo, me puse enfermo después de ventilarme de una sentada una tableta entera. Desde aquel entonces no lo he vuelto a probar. Ni tan siquiera sé, si continúan elaborándolo.

Este dulce, sinónimo de fiesta en familia, escasamente llegaba al día de Reyes. De algunos de los aplaudidos sabores, para esta fecha ya no quedaba ni la caja. Y es aquí donde retomo, después de irme por los cerros de Úbeda, el inicio de esta entrada, cuando decía que además de las generalizadas notoriedades que nos hacen observar el paso de los años, existen otros medidores, más personales, que lo demuestran también a la perfección.

Ahora, en casa compramos menos tabletas de turrón. Los sabores tradicionales nos siguen acompañando, además de incorporar alguna novedad. El dulce navideño ya no se termina con las fiestas. Nos acompaña durante algunos meses más. Algunos años, incluso cuando aprieta el calor, todavía quedan restos. Y es que, como decía con anterioridad, el turrón sigue siendo igual de rico y placentero o más, pero, como dijo el poeta, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Habrá que asumirlo sin castigarnos demasiado.