martes, 2 de octubre de 2018

00821 El Lenguaje de la Huerta

DANIEL CALASANZ

Qué momento más delicioso acabo de pasar con la relectura del pequeño y entrañable libro "Manual del Hortelano", escrito por el también entrañable y polifacético Daniel Calasanz. Lo leí el mismo día que me lo regaló alguien que conocía de mis aficiones hortícolas. Ya por aquel entonces me pareció un deleite de manual, que ahora corroboro. 

El manual recoge las distintas formas de cultivar cada cultivo y en qué momento, la preparación del terreno, los aperos más habituales del hortelano antiguo, dichos y creencias antiguas de vaticinar el tiempo, curiosidades, refranes y versos nacidos de la sensibilidad y sabiduría popular de Daniel, entre otros apartados. Un manual que para mí, que me introduje en este noble y placentero arte de la horticultura desde la más absoluta de las ignorancias, -y sigo anclado en ella-, fue y sigue siendo mi norte y mi guía.

Cada página del manual es de agradecer, pero hoy, no sé por qué, me he detenido de forma especial en las que hacen referencia al apartado que lleva por título y que no he citado en la introducción: "Significado de algunas palabras muy nuestras que quizá alguien no conozca". Efectivamente, del medio centenar de palabras que se escriben por orden alfabético, algo más de una cuarta parte de ellas son para mí nuevas; del resto, un buen número las había escuchado ya en boca de mis  tíos Julián, Segundo y Antonio en mis tiempos de Alcalá de Gurrea, aunque ahora dude sobre su significado correcto. Vocablos que en mi boca pierden soltura por falta de dedicación, pero que reconocidas en las voces de quienes nos han precedido y en quienes las mantienen vivas, suenan a raigambre y verdad: Acarguilar, Bardiza, Bribar, Cocullo, Maigar, Paletaño, Porgar, Tajadera, Tomo, Tornallo, Zarachón  Verdolaga, Gramén, Chufas... Algunas me costará aprenderlas;, la memoria y retención fallan, pero no cejaré en el intento. El lenguaje de la huerta no puede caer en desuso ni en el olvido.

Daniel Calasanz, Hijo Predilecto de la Ciudad de Huesca,  falleció en febrero de 2011. Hortelano de profesión, poeta de vocación y generoso colaborador para la causa que fuera llamado. Nació en el año 1914 en los extramuros de la capital oscense, en plena huerta, su vida, en la torre de Capuchinos, de la que su padre fue encargado.

El 7 de febrero de 2011 fallecía Daniel Calasanz habiendo otorgado testamento en el que disponía que su última voluntad era que con sus bienes se constituyera una Fundación, que tuviera por objeto el estudio y aplicación de cultivos ecológicos y la formación de personas para el desarrollo de esos cultivos. La Fundación Daniel Calasanz Abadía quedaría constituida el 13 de marzo de 2013.

Todavía recuerdo la media docena de entrevistas que tuve la oportunidad de realizarle. Me resultaría muy complicado reproducir lo que en ellas decía, pero seguro que me hablaría de sus pasiones: la huerta, Huesca, sus coplas o de la amabilidad de la vida a pesar de sus penurias... Pero de una cosa me acuerdo perfectamente, de su eterna y plácida sonrisa.










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