jueves, 30 de noviembre de 2023

01219 El Olor de la Borraja Recién Cortada

RECONFORTA, EVADE Y FASCINA


El huerto, además de ser un saludable lugar de esparcimiento, vida, laboreo, disfrute y un largo etcétera de buenas palabras e intenciones, es una fábrica de atractivos olores y cautivadores aromas, que lo hacen más reconfortante, si cabe. 

En su día, dije, por ejemplo, que me fascina el olor de las tomateras y que alguien debería inventar un perfume con ellas. El aroma que desprende la tierra mojada, tras el riego, o después de una tormenta. El penetrante olor de la parra cuando las uvas están maduras... y sobre todo, el aroma que se desprende de una planta de borrajas recién cortada. Me parece un bálsamo para los sentidos. Es una fragancia penetrante, con olor a limpio y a promesa venidera. Me cautiva y embelesa. Un olor familiar que, al respirarlo, me hace sentir bien, cómodo y hasta seguro, en la intermitente inseguridad. 

Cortar y aspirar es un punto y seguido. Las yemas de los dedos se pasean por sus tallos recién cortados para que no quede duda del hechizo que desprende su olor. Es un aroma que lleva consigo la magia desprovista de trucos. Aspirar su olor me reconforta, evade y fascina. Cierro los ojos y agradezco su existencia, tan saludable y cautivadora.




miércoles, 29 de noviembre de 2023

01218 El Conejo con Caracoles

 PARA DÍAS DE ENCUENTRO Y SOLEMNIDAD


Traigo en esta ocasión hasta este caleidoscopio vital, un plato que, si bien cuando era niño contemplaba a distancia, con el tiempo, y según fui adquiriendo una más amplia cultura gastronómica, acabó por encantarme.

Mi visión de este plato se remonta a los tiempos festivos y de reencuentro en casa de mi abuela Genoveva, en Alcalá de Gurrea. Como digo, era un plato que veía en la distancia y al que solo entraba en él, a través del conejo. Por aquella época, los caracoles solo eran para jugar y hacer carreras con ellos.

Todo era de casa: el conejo, el aceite, el tomate y hasta los caracoles, que eran cogidos por mis tíos del huerto, en alguna acequia o en el camino. En aquellos días, no había prohibiciones para los caracolas. Cuando mi abuela guisaba este plato, toda la casa se impregnaba de un olor especial e inconfundible. Los mayores se relamían al ver cómo el guiso iba tomando forma, mientras que yo, les miraba con cara de incredulidad y me conformaba con ver a mucha gente en la cocina y respirar el hogareño olor que de allí salía.

No recuerdo muy bien en qué momento asumí la unión del conejo y el caracol. Supongo que sería a través de mi cuñado Enrique que, como ya he comentado en varias ocasiones, fue el que me enseñó a comer y al que le debo mi disfrute culinario. A él, le encantaba este guiso. Y si esto era así, por extensión, en algún momento me haría catar esta excelencia. Digo yo.

De la receta de este guiso que hacía mi abuela, poco sé. Lo único que recuerdo es verle majar el hígado del conejo en un mortero de madera y que luego incorporaba al guiso. La receta que imito es la que practicaba mi madre y que imagino ella, a su vez, aprendería de mi abuela. Y al igual que su madre, mi madre, cocinaba este plato en días de encuentro y solemnidad.

Ingredientes: 1 conejo de entre un kilo y kilo y medio, un par de lonchas de jamón curado, 2 cebollas medianas, 250 gramos de tomate maduro y triturado, 3 dientes de ajo, 1/2 kilo de caracoles, 1/2 vaso de vino blanco, caldo de carne, aceite de oliva virgen extra, 1 ramita de tomillo, harina, sal y pimienta negra.

Elaboración: Trocear y salpimentar el conejo. Cortar a tacos las lonchas de jamón y freírlos en una cazuela con aceite de oliva. En la misma cazuela, dorar los trozos de conejo y reservar. Cortar la cebolla muy fina, añadir los ajos machacados y sofreír. Cuando cebolla y ajos estén pochados, añadir el medio vaso de vino blanco y el hígado del cordero, previamente machacado en un mortero con un poco de sal. Dejar reducir por completo. Una vez reducido el vino, echar el tomate triturado y la ramita de tomillo. Cocinar a fuego medio hasta que la salsa se pegue al fondo de la cazuela. Añadir media cucharada de harina y remover bien. Incorporar un vaso pequeño de caldo de carne y remover bien el fondo de la cazuela. Añadir a la cazuela el conejo, el jamón y los caracoles bien purgados y limpios, y cubrir con caldo de carne. Dejar que se cocine a fuego lento hasta que el caldo se reduzca y el guiso se espese. Servir caliente.



martes, 28 de noviembre de 2023

01217 El Árbol de Jade

UN AMULETO EN EL INTERIOR DEL HOGAR


Fue otra de las plantas que se vino conmigo cuando falleció mi madre. No recuerdo con exactitud cuanto tiempo la tuve. Sobrevivió a dos traslados. La cuidé como oro en paño, hasta que en un descuido mío, en pleno invierno, se me olvidó "abrigarla" y una helada acabó con su existir. Pensé que podría salvarla, pero todos los cuidados y consejos puestos en práctica fueron inútiles. El día que definitivamente la di por muerta, sentí que con ella se iba una de las alegrías y felices entretenimientos de mi madre. Soy así de sentimental. Estuve a punto de adquirir otro ejemplar, pero estaba tan rabioso, que finalmente desistí.

Siempre que veo un árbol de jade, me acuerdo de mi madre, del cariño que le tenía y de la ilusión que mantenía por verlo florecer. Algo que nunca consiguió que se materializara.

El pasado mes de agosto, mi amiga Chus nos invitó a cenar en su casa a la familia. En la terraza, entre su siempre maravilloso y elegido vergel, había un hermoso árbol de jade. Tenía un aspecto fenomenal, tal y como recordaba al que yo tuve y no supe cuidar. Le pedí a la anfitriona que me diera un esqueje para plantarlo en casa e intentar volver a tener conmigo este árbol, que aporta calma y energía positiva, según me comentó Chus. El caso es que cenamos, de vicio como es costumbre en esa casa, empezamos a hablar y a jugar al rummy... y en la despedida, no nos acordamos de cortar un esqueje del árbol.

Pasaron los días hasta llegar al 5 de septiembre; día de mi cumpleaños. Como tiene por costumbre, Chus me llamó para felicitarme. Por esos días estábamos fuera de casa. Al cabo de una semana, Chus me envió un wasap, preguntándome si ya habíamos regresado del viaje, adjuntando a la pregunta una fotografía con dos pequeños árboles de jade que me había comprado por mi cumpleaños, junto al siguiente texto: "Qué significa tener una planta jade en casa. De acuerdo con el Feng Shui, la planta de Jade simboliza la riqueza, la prosperidad, la armonía familiar y la salud. Por ello, se considera un amuleto en el interior del hogar y se la conoce también como la planta del dinero o la abundancia".

A los pocos días de regresar a casa, las dos pequeñas plantas entraron a formar parte de mi cotidiano mirar en la terraza. Han crecido bastante, las he cambiado a sendas macetas un poco más grandes y parecen estar bien. No sé si llegan con todo aquello que predice el Feng Shui, pero con tal que me quede como estoy, ya es más que suficiente. De momento, una cosa parece clara desde su llegada; me siento feliz al verlas y con ello, ya han cumplido con creces su estancia en casa. 



sábado, 25 de noviembre de 2023

01216 Las Empanadillas Rellenas de Queso Cremoso y Pimiento Verde

 Y AL HORNO


Se acabaron los pimientos verdes del huerto. Y qué mejor manera de despedir su generosa producción, que con unas empanadillas rellenas y al horno. De las empanadillas al horno y de lo que me encantaron cuando supe de su cocinado, ya di cuenta en la entrada 00913. Desde que las descubrí, en casa ya no las tomamos de otra manera. Nos parecen deliciosas.

En esta ocasión, abandonamos el relleno tradicional para deleitarnos con una mezcla muy curiosa y que a las empanadillas les va sensacional. O por lo menos, así me lo parece. Ausencia de complicaciones, salvo el entretenimiento de picar muy menudo el pimiento italiano, y ganas de disfrutarlas. No hay más requerimientos. Eso sí, cuando te pones manos a la obra, como se conservan bien en el frigorífico, recomendable hacer una buena cantidad de ellas. Para no faltar a la verdad, estas empanadillas tienen un pero a la hora de comerlas, que sabes cuando empiezas, pero nunca cuando pones el fin.

Ingredientes: 32 obleas de empanadillas (2 paquetes de 16 obleas), 350/400 gramos de queso crema de untar, 4 pimientos verdes italianos, 1 yema de huevo, aceite de oliva virgen extra y una pizca de sal.

Elaboración: Cortar a trocitos muy menudos los pimientos, exentos de las semillas. Pochar los pimientos a fuego muy lento en una sartén, con un poco de aceite de oliva virgen extra. Una vez pochados, escurrir, salpimentar y reservar hasta que se enfríen. A continuación, mezclar bien los pimientos pochados con el queso de crema de untar. Con esta simple mezcla, rellenar las empanadillas, sellarlas y depositar en una bandeja de horno recubierta con papel de horno. Batir la yema de huevo y ayudados de un pincel de cocina, pintar ligeramente las empanadillas. Introducir la bandeja en el horno, precalentado a 180 grados centígrados, durante 10 o 15 minutos, o retirar cuando las empanadillas comiencen a dorarse.



viernes, 24 de noviembre de 2023

01215 El Pane Guttiau

PANE CARASAU



La primera vez que probé el pane guttiau fue, hace un par de años, en el restaurante que el cocinero italiano Matteo de Filippo regenta en el Mercado de la Paz de la capital de España. Me llamó la atención el nombre, además de su delgado aspecto y crujir, a tenor de lo que podía observar en una mesa de comensales contigua a la que yo me encontraba con mi familia.

Fue servido a modo de entrante y la verdad es que me dejó un poco indiferente. Se dejaba comer, pero nada del otro mundo. Sin pena ni gloria. Satisfecha la curiosidad, sin más. Luego vendría todo lo demás y sería otro cantar. Comimos de vicio. Del todo recomendable. Pero bueno, a lo que iba.

En el mes de octubre volví en viaje familiar a la isla de Cerdeña, que tan grato recuerdo me dejó en mi primer viaje hace cinco años. Necesitaba disfrutar de esa estancia y ya lo creo que lo conseguí. Fueron unos días inolvidables y de los que hice acopio de un buen número de cosas que me gustan y que iré desgranando en este caleidoscopio vital.

El caso es que del pane guttiau ni me acordaba. Regresó a mi memoria en la primera comida que hicimos en la isla. En esta ocasión, no lo pedimos. Nos lo sirvieron con otros panes a la par que las bebidas. Teníamos hambre y empezamos a pellizcar el crujiente pan. Aunque entraba solo, me siguió pareciendo un pan sin fundamento. Sí, muy atractivo a la vista y crujiente, pero sin gracia al paladar. No obstante, y a pesar de lo cual, no quedó ni una miguita de muestra.

En días sucesivos, allí donde íbamos a comer, éramos recibidos con el pane guttiau que nos hacía la espera más llevadera. Llegamos a cogerle tanto “afecto”, que en una ocasión que no nos lo sirvieron, lo echamos en falta. Entraba solo y se había convertido en todo un ritual en nuestras comidas.

De vez en cuando, entrábamos en algún supermercado para aprovisionar nuestras cenas en el apartamento e ir echando un ojo a aquellos alimentos susceptibles de llevarnos al regreso a casa cuando se acabara este fantástico viaje. Todo era apetitoso, especialmente, lo concerniente al atractivo mundo de las pastas, salsas y quesos.

El panettone, dulce típico de la Navidad italiana, comenzaban ya a hacer acto de presencia en las zonas notables de los supermercados y en la sección de la panadería, cajas y bolsas, bolsas y cajas de pane guttiau. Ni en mi anterior visita a Cerdeña, ni en mi viaje a Italia del año pasado, me llamó la atención. Pero en esta ocasión, difícilmente me pasó inadvertido.

En una ocasión, a la salida de un supermercado, nos sentamos a tomar un café y descansar así de nuestro trajín. Aproveché ese momento de relax para interesarme por el pane guttiau.

Es muy similar al pane carasau, típico de Cerdeña, pero enriquecido con aceite de oliva virgen y sal. También es conocido como “carta de música” en italiano, cuyo significado es el de “hoja de música”, en referencia a su forma grande y de papel delgado. Se dice que es tan delgado que, antes de cocinar, se puede leer una partitura a través de él.

“En su origen, llevaba tanto trabajo entre amasado, formado y aplanado en discos -que después se apilaban, separados por tejidos de lino o lana- que se acostumbraba a necesitar tres personas para elaborarla. Para prender el horno se utilizaba madera de roble, y la cocción empezaba habitualmente al amanecer”. Se trata de un pan que nació como alimento de larga duración para los pastores trashumantes de Cerdeña. Antiguamente, de hecho, todas las familias sardas lo preparaban en grandes cantidades y lo almacenaban en cofres. Según pude leer, “por respeto a la tradición, los únicos cambios que se han hecho en la elaboración de este pan desde el inicio de los tiempos son mecánicos, sin añadidos o mejorantes panarios. La materia prima es harina y sémola de trigo duro".

El proceso sigue siendo el mismo: cocido originalmente durante unos segundos en un horno de leña y elaborado con agua, sal, levadura y sémola de trigo duro refinado, o más comúnmente con cebada o harinas integrales mixtas, ricas en salvado.

La receta actual del pan carasau prácticamente no ha cambiado, aunque la gente tiende a preparar la masa a máquina y a hornearla en hornos eléctricos o de gas. Su elaboración consta de cuatro etapas: primero se deja elevar la masa, luego se cuece en el horno, donde se hincha como un globo; a continuación, se divide en dos mitades, aún calientes y, finalmente, se vuelve a meter en el horno para la etapa de tostado, en sardo "carasadura", de la que toma su nombre el producto acabado. El resultado es una masa crujiente que conserva su frescura durante mucho tiempo.

Leí también que se encontraron restos de este tipo de pan en excavaciones arqueológicas de nuraghes, construcciones tradicionales sardas de piedra y, por tanto, ya se comía en la isla con anterioridad al 1000 a.c.

Para degustar una de las mejores versiones del pan carasau, hay que visitar Fonni, el pueblo más alto de Cerdeña. Rodeado de bosques centenarios y restos prehistóricos, el municipio de Nuoro se encuentra en la ladera norte del Gennargentu, en el centro de la isla. “Fonni es la ciudad ideal, no solo para realizar excursiones por la naturaleza y la arqueología, sino también para conocer las auténticas tradiciones artesanales y gastronómicas, ya que es hogar de una de las panaderías icónicas en la producción de pan de carasau: el Horno Sunalle”.

El viaje lo teníamos milimétricamente detallado y Fonni nos quedaba muy lejos. Esto me hizo pensar que sería la excusa para visitar por tercera vez la isla de Cerdeña.

 

 

 

 

 





jueves, 23 de noviembre de 2023

01214 La Pasta Fresca Rellena

¡FASCINANTE!


Otro de los mundos fascinantes que nos depara la gastronomía; la pasta fresca rellena. Y digo que es un mundo, porque es tal la variedad de formas y rellenos que, inclinarte por una u otra opción, para mí siempre es un dilema. Aunque también es cierto que, como me gustan todas las formas y sus posibles rellenos, al final es una cuestión de lo que, en el momento de la elección, te pida el cuerpo.

Aunque siempre he sido muy inconformista, y así me ha ido en la vida, en materia gastronómica, me considero un hombre de buen conformar. Si tengo la posibilidad de elegir, me inclino más por una buena pasta fresca al huevo que por una pasta seca, rellena y deshidratada. Y en cuanto a las salsas de acompañamiento, todas me van bien también. No obstante, si puedo elegir, me inclino por las que llevan algún queso.

Hasta la fecha, las pastas rellenas frescas que he podido llegar a probar, con distintos rellenos, son las siguientes:

Cappelletti o “sombreritos”; una pasta que en la región italiana de Emilia-Romaña se toma en sopa, además de ser un plato típico navideño de la zona de Bolonia. Muy parecidos a estos son los Medaglioni, aunque algo más grandes. Son como una especie de raviolis planos y enormes. Su traducción al castellano es “medallones”. A mí me encantan, simplemente a la plancha. Sin acompañamiento alguno. Sabrosos y crujientes.

Como no, los super populares ravioli. Quizás se trate de la pasta rellena más tradicional. Acostumbran a ir rellenos de carne. Primos hermanos de estos están los raviolazzi. Son grandes y habitualmente van rellenos de carne, setas o queso. Se acompañan con salsa de tomate o ragú.

Los tortellini que, junto a los raviolis, son los más consumidos. Tienen forma de anillo y acostumbran a ir rellenos de carne picada o queso. Se sirven con tomate, diversas salsas y hasta con cremas.

Todavía me falta por probar alguna que otra variedad, pero todo se andará.

De momento, comparto aquí unos Medaglionis rellenos de setas y acompañados con una salsa de queso. ¡Un escándalo!

Ingredientes para 4 personas: 600 gramos de medaglionis frescos rellenos de setas, 200 gramos de queso azul, 100 gramos de nata para cocinar, 2 cucharadas de mantequilla, 1 cebolla grande, sal, pimienta y orégano.

Elaboración: Pelar, trocear muy fina y rehogar la cebolla en una sartén con mantequilla. Cuando la cebolla comience a dorarse, incorporar la nata, salpimentar y cocinar durante un minuto. Desmenuzar el queso e incorporarlo a la sartén con la cebolla y la nata, y dejar cocer a fuego medio hasta que la salsa adquiera un aspecto cremoso. Reservar. Cocer los raviolis, siguiendo las indicaciones del fabricante y escurrir. Repartir en los platos e incorporar sobre ellos la salsa de queso y el orégano.

 




miércoles, 22 de noviembre de 2023

01213 Cada Amanecer

 CUANDO LO COTIDIANO SE HACE IRRELEVANTE



Me lo digo y repito:
No hay días grises ni azules. 
Soy yo quien los pinta
en la desnudez de cada amanecer.

Poemas en tránsito,
inquietos pinceles,
sonrisas al aire
y tierra sembrada de deseos
en el devenir ensoñado.

Es poco,
pero lo es todo,
cuando lo cotidiano se hace irrelevante.




lunes, 20 de noviembre de 2023

01212 El Hojaldre Relleno de Pollo, Queso de Rulo y Cebolla

¡UNA PASADA!


Comer en casa de mi hermana Gemma es siempre una escuela de aprendizaje; enseñanza tanto de actitudes ante la vida y sus vicisitudes, como gastronómicamente hablando. Rara es la ocasión que no incorporo a mi recuerdo una receta nueva, o que de nuestras charlas, no saque una positiva lección. La experiencia y los años siempre son un grado.

La receta que traigo en esta ocasión para formar parte de este caleidoscopio vital, la saboreé en mi última visita a su casa. Se trata de un hojaldre al horno, relleno de pollo, queso de rulo de cabra y cebolla caramelizada. Los ingredientes, de por sí, ya denotaba que se trata de una delicia. Y así fue. ¡Una auténtica pasada!

El caso es, que cuando llegué a su casa, a buena hora por la mañana, me la encontré ya metida entre fogones. Del horno se desprendía un inconfundible, reconfortante y agradable olor a tarta de queso de La Viña, que sabe lo mucho que me gusta. Me dijo que le echara un vistazo, mientras ella preparaba un cocinado que ponía en práctica por primera vez; el ya mencionado hojaldre relleno. Así, mi ojo izquierdo atendía el mandato de mi hermana y el derecho, por encargo mío, se fijaba en el proceso del hojaldre relleno. Y en tanto esto sucedía, Gemma y yo, hablamos de nuestras cosas, que no fueron pocas.

Parecía que tarta de queso y hojaldre se habían puesto de acuerdo, ya que cuando la tarta adquirió su atractivo color dorado, mi hermana había acabado de rellenar y sellar el hojaldre, listo para hornearlo. Cuando el hojaldre salió a la mesa, había mucha expectación por conocer el resultado, aunque a tenor de los ingredientes empleados, la apuesta por el buen gusto estaba asegurada. Como he dicho con anterioridad, ¡Una auténtica pausada!.

Ingredientes: 2 láminas de masa de hojaldre, 300 gramos de pechuga de pollo, 16 lonchas de queso de rulo de cabra, 2 cebollas, 1 cucharada de azúcar, aceite de oliva virgen extra, sal y pimienta.

Elaboración: Colocar la masa de hojaldre sobre un papel de hornear en la bandeja del horno, una vez estirada un poco. Poner encima las lonchas de queso de cabra. Cortar la cebolla y pocharla a fuego lento en una sartén con un poco de aceite de oliva virgen extra. Cuando la cebolla comience a dorarse, echar la cucharada de azúcar y remover, siempre a fuego bajo. Una vez pochada la cebolla, ponerla encima del queso de cabra. Cortar la pechuga en trocitos, salpimentar y dorarlos en una sartén. Una vez dorados, colocarlos encima de la cebolla. Poner otra loncha de queso de cabra sobre el pollo. Cerrar con otra lámina de hojaldre y sellar todo el contorno. Pintar la superficie del hojaldre con huevo batido. Introducir en el horno precalentado a 180 grados centígrados, por espacio de unos 45 minutos, evitando que se dore demasiado la superficie. Sacar del horno y servir.


















domingo, 19 de noviembre de 2023

01211 El Relevo Generacional Navideño

TODO POR LA FAMILIA


Organizando las fotografías de las navidades pasadas, con la intención de intentar poner orden, una vez más, a mi descontrolado archivo fotográfico, me he detenido un buen rato en la última Nochevieja. Muchas cosas se me han pasado por la cabeza mientras visionaba las imágenes. Nada nuevo bajo el sol: el paso del tiempo, las ausencias de los seres queridos y siempre recordados, cómo han crecido nuestros hijos, y nosotros, los mayores, casi sin enterarnos, el apego a la familia, caras nuevas que se van incorporando... Pero lo que más me ha llamado la atención, es como, afortunadamente, la gente joven está cogiendo el relevo de nuestros esperados reencuentros familiares.

Desde hace tres décadas, aún vivía mi madre, parte de nuestra larga familia decidimos pasar juntos la Nochevieja y el Año Nuevo en una casa de turismo rural. Si mal no recuerdo, la primera de ellas fue en la preciosa y atractiva localidad altoaragonesa de Alquézar. Todos éramos jóvenes. Algunos recién casados o con niños casi bebés. 

En ese primer encuentro navideño seríamos algo más de una docena de personas. Nos gustó tanto la experiencia, que en años sucesivos, hasta llegar a nuestros días, salvo los dos años de pandemia, hemos organizado un encuentro familiar para despedir el año y dar la bienvenida al nuevo.

De los pocos más de doce miembros de la larga familia que empezamos en Alquézar, hemos pasado a treinta y cuatro. Nuestras andanzas familiares han sido itinerantes, -difícil encontrar cobijo para tanta gente-, hasta que hace unos seis años, encontramos un lugar en el podíamos caber todos. Lo localizamos en Enciso, localidad próxima a las poblaciones riojanas de Herce y Arnedo. Pero hasta llegar ese momento, muchos otros lugares conocieron nuestras alegrías y fuegos artificiales de fin de año:  Isín, Las Margas, tres años, Larrés, Santa Cruz de la Serós, un par de años; Sidamon, en Lleida, así como en los aledaños a La Seu d´Urgell, cuatro años, y dos ocasiones en Cantabria, amén de algunos en  Zaragoza y Lupiñén. 

En un principio, cuando la situación se podía controlar, hacíamos un menú al uso festivo navideño. La cosa comenzó a complicarse cuando el grupo, afortunadamente, comenzó a ser más numeroso. Fue entonces cuando decidimos que la cena de Nochevieja la haríamos a base de tapas. Cada asistente adulto debía hacer una tapa en número suficiente para que el resto pudiera probarla. De esta manera, la gran mesa de la cena de Nochevieja se veía repleta de un buen y numeroso surtido de tapas. Evidentemente, aunque somos familia de buen apetito, nunca hemos podido acabar con el festín, así que las consumimos en la comida de Año Nuevo, acompañadas de una sopa de cocido con pasta y albondiguillas de carne picada. Llegamos hasta instaurar un concurso de tapas.

A lo largo de estos treinta años de encuentros han surgido un sin fin de anécdotas y momentos memorables. En un principio, todo lo que hacíamos estaba pensado en los más pequeños: juegos infantiles, breves excursiones, disfraces, fuegos artificiales, así como otro tipo de actividades que les pudiese divertir y entretener, y que todavía recuerdan con cariño.

Aquellos niños han crecido y se han convertido en hombres y mujeres con sus compromisos laborales y afectivos. Ahora son ellos los que tiran del carro de las emociones y de nuestros multitudinarios encuentros anuales. Son ellos los que preparan las actividades para el entretenimiento de todos, la comida de Año Nuevo y quienes se han incorporado también a la elaboración de tapas. Salvo fuerza mayor, nunca han faltado a la cita. Cuando alguna vez cuento, que tanto mis hijas como mis sobrinos nietos, todos en edad de vivir con autonomía su propia fiesta, siguen apostando por la familia, noto miradas de extrañeza. Lo que me hace pensar que nunca les he agradecido que sigan queriendo pasar estos días con nosotros y que hayan tomado nuestro relevo como algo natural y sin condiciones. Esta próxima Nochevieja buscaré un momento para testimoniar mi/nuestro agradecimiento. Se lo merecen.

Las imágenes que acompañan el texto, se corresponden, precisamente, con una de las tapas preparadas por los jovenzuelos. No recuerdo con exactitud su autoría. Sí recuerdo, en cambio, que se trata de una tapa sencilla, grata de comer y sabrosa; rebanadas de pan de pueblo, ligeramente tostadas, y sobre ellas, unas finas lonchas de queso camembert, anchoas y media nuez. Por algo hay que empezar. Y además, qué importa, es suficiente para mantener la tradición. 






viernes, 17 de noviembre de 2023

01210 Los Champiñones

MIS PEQUEÑOS TESOROS


Hacía tiempo que no salían a la mesa. Me había olvidado por completo de ellos y mira que me gustan. No sé el motivo de este “desencuentro” y máxime, cuando hubo un tiempo en el que llegaron a formar parte de mi dieta diaria y hasta festiva. Tanto es así, que cuando salía de “marcha” o quedaba para tomar algo, como se dice ahora, la ración de champiñones siempre me acompañaba. Además de buenísimos, se adaptaban a mi siempre precaria economía.

Como subalternos, cumplen a la perfección su papel en el plato, ya sea para colaborar con una carne o un pescado. En ensaladas, su presencia no pasa desapercibida. Y en solitario, como protagonista, para qué contar.

Además de gustarme desde siempre, a los champiñones les tengo mucho cariño. Sí, sí, les tengo cariño desde que era un niño. Mis tíos, en Alcalá de Gurrea, tenían una bodega próxima a la casa familiar que, si mal no recuerdo, estaba cavada en un pequeño montículo. Como buena bodega, en su interior, sobre todo en verano, daba gozo visitarla para aliviarte de los calores. En invierno era otro cantar.

El olor que se respiraba en la oscura estancia, lo recuerdo como si fuera ayer. Y de esto ha pasado más de medio siglo. Era un olor intenso a vinagre y vino cosechero, a sano frío y tierra húmeda. Era la edad de descubrir sensaciones y emociones. Ir a aquella bodega me resultaba emocionante y por eso, cuando mis tíos, Julián o Segundo, me decían que si quería acompañarles a buscar vino o vinagre, ya estaba escaleras abajo en busca de la llave que en pocos minutos abriría mi pequeño lugar de encanto.

Y fue aquí donde cogí “cariño” a los champiñones. Que yo recuerde, en la bodega solo había toneles de vino y vinagre, y unas pequeñas elevaciones de tierra de las que emergían unos diminutos champiñones, que estaban totalmente prohibido tocarlos y mucho menos, arrancarlos, salvo que hubiese mandato expreso de mis tíos. El día que obtenía el visado de extracción, me sentía el niño más feliz del planeta. Mientras Julián o Segundo andaban atareados con los toneles, yo, sutilmente, y tal y como me enseñaron a hacerlo, iba sacando de la tierra los albos, y curiosamente inmaculados champiñones, que luego, mi abuela Genoveva, cocinaría en tortilla o fritos con ajo y jamón.

Eran mis pequeños tesoros encontrados en una cueva que no era de cuento y que ahora, después de tantos años, mientras escribo y rememoro, se me eriza la piel y se me humedecen los ojos.

Nota: En esta ocasión, no comparto receta como es habitual. Prefiero compartir solo recuerdos; gratos y buenos recuerdos. 






jueves, 16 de noviembre de 2023

01209 Sin Temores

 CON RESPETO


De repente, 
sentí un escalofrío en la espalda.
Algo me decía que tenía que escribir
aquello que dictara mi mirada.
Con resignación, 
comencé a intuir 
lo que mis ojos a mi mente trasladaba.

"Uno y uno, tres.
El dos llegó tarde al amanecer.
No llevo ninguna,
porque dejé la mochila al ascender".

Furioso, tiré el papel al suelo
y lancé lejos el lápiz,
donde no lo pudiera alcanzar.
                                                                             
Me dejé caer sobre el barro,
mientras mi cabeza buscaba cobijo entre mis rodillas.
Las palabras se ejercitaban en mi boca,
con la misma sincronía que el bostezo al despertar.

"La ilusión se transforma en agua de vida,
cuando la realidad se ve impotente
para marcar los pasos del camino".

Fueron instantes de brutal pesadilla.
Las palabras comenzaron a amontonarse
sin orden ni concierto.
                                                                                   A veces, hasta inconexas.

 "El instinto, 
 inspirado,
 se instaló en la instiga
 en un instante de insubordinación".

Fue lo último que recuerdo de aquel día.
Desperté tiritando y manchado de barro.
Me levanté del suelo como pude
y regresé a casa.
No recuerdo nada más.
Solo sé,
que ese día me quité el miedo a escribir.


                                                                                    




martes, 14 de noviembre de 2023

01208 El Panettone

 EL DULCE DE LA NAVIDAD ITALIANA


Conocía de su existencia y de su tradición en Italia, pero hasta hace un par de años, no tuve la oportunidad de saborear y de disfrutar de esta delicia. Fue Gloria, quien un día, previo a las navidades, se presentó en casa con un panettone. Lo trajo, por curiosidad, y llegó para quedarse y formar parte también de nuestras tradiciones navideñas. Además, casualidades de la vida, mi hija pequeña, Jara, estuvo con el programa educativo Erasmus en la localidad de Remini, dependiente en materia universitaria de la Universidad de Bolonia. Tan grato recuerdo nos dejó aquel primer dulce que, en su visita a casa por Navidad, le pedimos que nos trajera un panettone. Recientemente, hicimos un viaje familiar a la hermosa isla de Cerdeña y huelga decir, que vinimos con varios ejemplares de este dulce italiano, procedente de Milán.

Dicho todo esto, en honor a la verdad, cuando lo vi en la mesa por primera vez, no me hizo gracia alguna. Olía muy bien, sí, tenía muy buen aspecto, sí, pero eso de que estuviese relleno de pasas y de frutas confitadas, no me invitaba mucho. Me hubiese apetecido más con pepitas de chocolate. No obstante, no sería yo quien le quitara la ilusión a Gloria por tal “hallazgo” en un supermercado en Huesca. Pensé en probarlo, mínima porción, quitándole los “tropezones” que me salieran al paso y misión cumplida. Pero lo cierto, es que me encantó, hasta el punto de repetir y volver a repetir. Me pareció un dulce sensacional, además de original. Tanto nos gustó a todos en casa que, a los pocos días, Gloria compró otro panettone, que duró un abrir y cerrar de ojos.

El panettone es un pan dulce y su masa es muy similar a la del brioche. Aunque en la actualidad se puede encontrar este dulce con variados rellenos, el original lleva pasas y frutas confitadas. Con forma cilíndrica, acaba en su parte superior en una especie de cúpula y alcanza unos 15 centímetros de altura. Acostumbra a servirse acompañado de vinos dulces o de chocolate caliente.

El origen de este dulce navideño italiano es muy incierto y no le faltan leyendas, si bien todo apunta a que nació en Milán. Se cuenta que surgió por accidente. En el siglo XV, durante una comida navideña en la mansión de un duque milanés, al cocinero se le quemó el postre en el horno. Un sirviente, llamado Toni, para arreglar el desaguisado, improvisó un pan dulce con los ingredientes que en ese momento tenía a mano y que no fueron otros que huevos, harina, manteca, cítricos y uvas. Tuvo tanto éxito y fue tan rápida su difusión, que los habitantes de Milán comenzaron a pedirlo en las panaderías como el “pan di Toni” y que más tarde derivaría en la abreviación “panettone”.

Existe otra leyenda más romántica que sitúa el origen del panettone a finales del siglo XV. Un joven aristócrata llamado Ughetto Atellani de Futi, se enamoró de la hija de un pastelero de Milán y para demostrarle su amor decidió hacerse pasar por aprendiz de pastelero e inventó un pan azucarado con forma de cúpula con muchas frutas confitadas y con aroma de limón y naranja. Su invención tuvo tal éxito que los milaneses acudían a la pastelería a pedir el "pan de Toni" (así se llamaba el ayudante), y de ahí algunos aseguran que viene el nombre del actual panettone.

En cuanto a su receta y forma de elaboración, me parece todo un mundo. Nos podemos encontrar con recetas aparentemente fáciles (desconozco su resultado final) y otras algo más complejas y artesanales. Me he pasado la tarde bien entretenida mirando recetas y vídeos de cómo hacer un panettone. Y he llegado a una conclusión: rico es un rato largo, al igual que larga y delicada es su elaboración. Así, que ya anticipo que en la vida haré un panettone. ¡Qué follón! No obstante, dejo un enlace que me ha gustado y nos da una idea de su complejidad   https://www.guiarepsol.com/es/comer/recetas/receta-de-panettone-con-frutas-por-jose-romero/


 

 



   

 




lunes, 13 de noviembre de 2023

01207 Los Guisos Marineros

ALGO SUCULENTO Y PLACENTERO


He llegado a casa y el olor con el que he sido recibido, me ha transportado a Cantabria, Galicia, País Vasco, Huelva y sur de Portugal; mis lugares de referencia marineros. No sabía con exactitud qué es lo que desprendía tan grato aroma, pero estaba convencido de que se trataba de algo suculento y placentero.

Habitualmente, cuando entro en casa, lo primero que hago es lanzar desde la puerta un “¡ya estoy aquí!”. Voy a mi habitación, me quito los zapatos y me pongo la ropa de estar por casa. Hecha esta “tradicional” operación, busco a quien repartir besos. En esta ocasión, he roto el ritual. Mis pasos me han llevado directamente a la cocina, atraído y lleno de curiosidad por saber qué se estaba cocinando. Ha sido abrir la puerta y congraciarme con la vida, con la que últimamente tengo algún que otro desencuentro.

Me he acercado hasta una olla que había sobre la encimera, le he quitado la tapa que la cubría y he asomado mi cara para ver su contenido. Era tan potente y agradable el aroma que desprendía, que he dejado unos segundos mi nariz sobre el guiso, como quien toma vahos de eucalipto para descongestionar las fosas nasales.

En un visto y no he visto, me he cambiado de vestuario y sentado a la mesa. El inconfundible aroma pesquero seguía presente en la estancia. Un olor de mimado guiso, que llega y perdura como quien guarda una visita. Un guiso marinero inspirado en la primitiva, humilde y sabia cocina que se cocinaba a bordo de los viejos barcos pesqueros e incluso a pie de barca, en la playa. Platos sencillos, nacidos de la necesidad y elaborados con lo que había o con lo que no se vendía.

La primera cucharada del guiso marinero me ha sabido a manjar; el segundo, a delicia; el tercero, a delicadeza; el cuarto…. Cada cucharada que me llevaba a la boca era un acontecimiento. Así, hasta que lo he dejado limpio. Hace tiempo que no acostumbro a servirme dos veces un mismo plato, pero en esta ocasión, no he podido resistirme. ¡Estaba tan bueno, tan deliciosamente rico!

Guisos marineros hay una lista interminable. Cada zona geográfica costera tiene su sello personal. Este que preparó Gloria, y que será difícil que pueda llegar a olvidar, además de un buen caldo de pescado, contenía mejillones, calamar, tomate, pimiento verde y patatas, y está reinterpretado, a Gloria le encantan reinterpretar las recetas con un acierto casi pleno, de una receta que copió en nuestra última estancia en Somo, Cantabria. Dejaré que pase un tiempo y le pondré ojitos, así, como el que no quiere la cosa, para que lo vuelva a cocinar y que la casa se vea envuelta de nuevo en ese cautivador aroma de las cocinas costeras y que tanto me fascinan.

Aquí dejo la receta aproximada de cuanto me contó Gloria de su guiso marinero.

Ingredientes para 4 personas: 1 kilo de patatas, 1 kilo de mejillones frescos, 300 gramos de anillas de calamar, 1 pimiento verde, una cebolla mediana, 3 dientes de ajo, 1 tomate maduro, azafrán, pimentón picante o dulce, aceite de oliva virgen extra, sal y caldo de pescado.

Elaboración: Limpiar los mejillones y cocerlos al vapor. Una vez cocidos, sacar los mejillones de sus cáscaras y reservar. Colar el agua de cocer los mejillones y reservar. En una cazuela con aceite, freír la cebolla cortada muy fina y el pimiento cortado también en pequeños trocitos, junto a los ajos también picados. Cuando empiecen a coger color, incorporar el tomate maduro e ir machacándolo con la ayuda de un tenedor. Mantener cocinando a fuego medio durante unos veinte minutos e incorporar las anillas de calamar. Rehogar e incorporar el caldo de los mejillones, así como un par de vasos de caldo de pescado y dejar cocer durante otros veinte minutos. Verter las patatas peladas y cortadas a trozos rasgados, el azafrán, la sal y el pimentón. Cocer durante veinte minutos a fuego suave. A falta de cinco minutos para apagar, añadir los mejillones. Dejar reposar unos minutos antes de servir. 




viernes, 10 de noviembre de 2023

01206 El Salpicón de Marisco

Y UNA BUENA VINAGRETA


Aunque los puristas recomiendan consumir esta elaboración en época estival, por su frescura, para mí no tiene fecha en el calendario. Me va bien en cualquiera de las cuatro estaciones del año. El salpicón de marisco, siempre me resulta delicioso.

Recetas al respecto hay hasta hacerte sangre. La que más adelante compartiré, es una receta algo tuneada sobre la primera que cayó en mi poder, en mis inicios en la cocina. De esto, hace ya algunas décadas. No obstante, también es cierto, que no tiro ya de receta, y que, de un salpicón a otro, se parece lo que una berenjena a un pepino. Todo depende de los ingredientes que, en el momento de dar forma al capricho, tenga por el frigorífico o en el congelador. En mi caso, comer salpicón, habitualmente es fruto de un antojo. Lo que no cambia nunca es la vinagreta, parte fundamental, junto al buen producto, para obtener un delicioso salpicón de marisco.

En sus inicios, el salpicón es un plato de origen humilde. Se trata de un “guiso de carne, pescado o marisco desmenuzado, con pimienta, sal, aceite, vinagre y cebolla” o de un “plato de pescado o marisco cortado en trozos, adobados con vinagreta y otros ingredientes que se consume en frío”. Así pues, se trataba de un plato típico de las familias españolas de finales del siglo XVIII, si bien existen datos que indican que ya se elaboraba en el siglo XVI, pero con carne. En muchos países de Latinoamérica, el salpicón aún hace referencia a la mezcla de diferentes carnes picadas.

Como ya he comentado con anterioridad, el salpicón de marisco se me antoja en cualquier época del año. Me parece un plato muy, muy sabroso, sencillo de elaborar y lo más importante, su delicioso y potente sabor a mar, que tanto me gusta.

Cuando cocino un salpicón de marisco, tiene que incluir como mínimo, gambas cocidas, mejillones y pulpo cocido. A partir de aquí, el mar es muy grande y el bolsillo muy pequeño.

Ingredientes para 4 personas: 200 gramos de pulpo cocido, 12 gambas o langostinos cocidos, 200 gramos en limpio de mejillones al vapor o 2 latas de mejillones al natural, 150 gramos de gulas y 8 palitos de cangrejo. Para la vinagreta: 75 gramos de pimiento verde, 75 gramos de pimiento rojo, 75 gramos de pimiento amarillo, 1 cebolla morada, 2 o 3 cucharadas soperas de aceite de oliva virgen extra, 2 o 3 cucharadas de vinagre de Jerez, sal y pimienta.

Elaboración: Picar los pimientos y la cebolla. Reservar. Pelar las gambas o langostinos cocidos y cortar en trozos pequeños. Reservar. Cortar también en trozos pequeños los palitos de cangrejo y el pulpo cocido. Cocer los mejillones al vapor. Una vez cocidos, desprender la carne de las conchas. Reservar. Mezclar todos los ingredientes en un bol, junto con las gulas,  y aliñar con aceite, vinagre, sal y pimienta. Dejar en el frigorífico al menos durante doce horas y servir. 

En esta última ocasión que lo preparé, añadí también unas hojas de lechuga de roble y unos canónigos. 

 




jueves, 9 de noviembre de 2023

01205 No Hagáis Sufrir

INNECESARIO


No hagáis sufrir.
Es innecesario.
Nunca hay motivos suficientes
para hurgar en la vida de otro,
para quebrar la vida ajena.
Haz lo que tengas que hacer, 
haz lo que quieras hacer, 
pero jamás dejes cicatrices
en las carnes y sentimientos
que no te pertenecen.

Me lo dijo un árbol,
indefenso,
que bien sabe de vientos, 
lluvias y tempestades;
como bien sabe que, tarde o temprano,
siempre llega la reconfortante caricia del sol.


miércoles, 8 de noviembre de 2023

01204 No Hay Ocasiones

 NI DÍAS, NI A VECES


En ocasiones, la vida se derrumba, los días parecen noches y la angustia oprime el pecho, justo lo necesario para no asustar. Las palabras se esconden, se ausentan con el fin de no dañar. La mirada busca un respiradero donde descansar y los dedos hacen como que juegan con una miga de pan.

Hay días, que sin avisar, al cinturón le sobran agujeros para poder respirar y la simpatía en la calle parece esfumarse por las alcantarillas. La distancia es un tormento y la cercanía un alimento. El último cartucho para ir tirando está mojado, las zapatillas de andar por casa parecen cansadas de tanto arrastrar y el desánimo baja para hacerles compañía.

A veces, llegas a la conclusión de que apenas tienes inteligencia para pasar el día y que más vale lágrima en mano, que cien sonrisas volando. El desencanto y la desilusión piden la vez, mientras que la decepción se cuela de manera descarada.

Llega la hora de la cena. Y entre el cuchillo y el tenedor, un plato de humilde postín: morcilla, pimientos rojos asados y una tortilla de patata de fina factura. Lo miro y sonrío. Y me digo que no hay ocasiones, ni días, ni a veces... Solo hay gratitud a la hora de dar carpetazo al día.




domingo, 5 de noviembre de 2023

01203 El Cocido Madrileño

 EN SUS TRES VUELCOS


Que me encantan los platos de cuchara, ya ha quedado demostrado en reiteradas ocasiones en este caleidoscopio vital. Y si se trata de disfrutar a lo grande, que pongan delante de mí un buen cocido. Me da igual su origen. Ya puede ser extremeño, madrileño, andaluz, montañés, lebaniego, maragato, gallego, la olla gitana, típica de Murcia y Almería, o los populares Pote asturiano o escudella catalana. Todos me parecen, cada uno con su propia personalidad, un canto a la exquisitez y al disfrute gastronómico.

En esta ocasión, voy a dedicarle mi atención al cocido madrileño. Se trata de un plato sencillo, basado en el buen producto, y con muchas variantes. Tradicionalmente, se sirve en tres vuelcos: el primero, la sopa de fideo; el segundo, las verduras con las patatas; y el tercero, las carnes. Digo que es un plato sencillo, pero al que hay que dedicarle bastante tiempo, si como a mí, gusta de la cocina al chup, chup, descartando la olla a presión, y que la cocina se impregne de su característico olor. Me da vidilla.

Aunque el cocido, junto a los callos, otra de mis debilidades, es uno de los platos más representativos y de tradición más arraigada de la gastronomía madrileña, sin embargo, se desconoce su origen. Al parecer, comparte nacimiento, tradición y evolución con otros de su familia como el montañés o el maragato, pero la denominación de “cocido madrileño” tal y como ha llegado a nuestro tiempo apareció por primera vez a finales del siglo XVII.

Se trata de un plato humilde en sus inicios, ya que era propio de las clases menos acomodadas, y se cocinaba, debido a su contundencia y aporte energético, para hacer frente a los rigores del invierno. Con el paso del tiempo se fue extendiendo y colándose en el menú de las clases pudientes, e incluso en la mesa de la Corte Española. Tal fue su aceptación, que llegó a convivir a la par, tanto en tabernas populares como en restaurantes de postín. Uno de los más lujosos de la época, el Lardhy, comenzó a servirlo allá por 1890, y aún no ha dejado de hacerlo.

Cuando voy de visita y ocio a la capital de España, me encanta pasear por el Madrid histórico y perderme entre la multitud, para acabar comiendo unos buenos callos en algunos lugares de referencia para mí; la apoteosis final para una buena y feliz mañana. En mi último viaje, cambié las tripas por un “brutal” cocido, que me supo a manjar de los buenos. Contundente, pero quedaba toda la tarde por delante para bajarlo y mucho por caminar.

Nunca he cocinado en casa un cocido madrileño. Todo se andará. De momento, me he hecho con una receta, de las decenas que he visto, que me ha llamado especialmente la atención y es la que, a no mucho tardar, pondré en práctica. Se trata de una receta de Sesé San Martín, publicada en el Diario El Mundo, en su edición digital. Me parece una propuesta muy completa, atractiva y a la que hay que echarle tiempo y disfrute.

Ingredientes para 6 personas: 300 gramos de garbanzos, 750 gramos de carne de morcillo, 150 gramos de tocino, 2 huesos de caña, 1 hueso de rodilla, 1 ó 2 huesos de jamón, 250 gramos de gallina, 1 nabo entero y pelado, 2 puerros enteros y pelados, 3 zanahorias enteras y peladas, 1 rama de apio entera, 1 cebolla entera y pelada, 300 g fideos finos. En otra cocción y por separado: ½ kg de repollo, 4 patatas, Pimentón (opcional), 200 gramos de chorizo y 200 gramos de morcilla. Para la bola: 50 gramos de miga de pan, 2 huevos, 1 cucharada de tocino del cocido picado, 1 diente de ajo y 1 cucharada de perejil picado.

Elaboración: Resumen: Por un lado, cocemos en agua con sal las carnes con las verduras y los garbanzos metidos en una red. En otra cacerola cocemos el repollo, las patatas, el chorizo y la morcilla. Rehogamos el repollo y las patatas cocida con ajo y pimentón.

Preparamos la bola con huevo batido, miga de pan, ajo, perejil y tocino picado. Cuajar en una sartén y cocer en un poco de caldo.

Con el caldo donde hemos cocido las carnes con los garbanzos hacemos la sopa añadiendo los fideos.  Final del formularioServir la sopa y las carnes con las verduras por separado.

Antes de empezar a cocinar, preparar todos los ingredientes del cocido.

Vamos a ir por cazuelas: en la de las carnes, añadimos el morcillo a una cazuela con abundante agua, la punta de jamón, los huesos de caña y de rodilla, y la gallina. Arrancar el hervor y dejar cociendo entre 3 y 4 horas a fuego medio, hasta que las carnes estén bien tiernas.

A esa misma olla añadimos unas verduras: una rama de apio, el nabo, pelado y bien limpio, zanahoria, pelada y entera, puerro, cebolla, entera y pelada también y el tocino, en trozo, sin picar.

Los garbanzos es necesario que estén en remojo desde la noche anterior. Se introducen en una malla, y se añaden al caldo anterior. Cocer todo junto entre 3 y 4 horas. Mucho mejor sin prisa y a fuego medio bajo. En una segunda olla, vamos a cocer el repollo que podemos partir en cuartos. Agregar las patatas, peladas y bien lavadas, pero sin trocear. El chorizo, entero y la morcilla, tradicionalmente es de cebolla, y cocer todo junto por otro lado. Entre una y dos horas, o hasta que el repollo esté muy tierno.

Para hacer la bola, batir dos huevos. Agregar al huevo el pan duro en trocitos. Dejar unos minutos que se hidrate bien para que se ablande. Añadir ajo y perejil. Muy picados ambos. Picar el tocino ya cocido. Muy finamente y añadir a la mezcla de huevo y pan. Cuajar la bola como si fuese una tortilla. Para ello, ponemos una sartén al fuego y calentamos un poco de aceite de oliva. Añadir la bola. Dejar cuajar por un lado. Dar la vuelta y cuajar también por el otro lado. Mojar con el caldo. Añadir un buen cucharón a la sartén y dar la vuelta. Cuajar también por el otro lado. Dejar cocinar unos minutos hasta que se evapore el caldo añadido.

Vamos a terminar con el repollo. Doramos en una sartén amplia un diente de ajo picado en un poco de aceite. Añadir el repollo. Cuanto más escurrido esté, mejor. Condimentar. Una cucharada de pimentón dulce la dará la gracia que necesita este sofrito. Saltear unos minutos y añadir también la patata en trozos.

Poner el caldo a punto de sal en una cazuela aparte para hacer la sopa y añadir los fideos. Dejar cocer hasta que se hagan los fideos. Se suelen utilizar fideos finos, así que un par de minutos al fuego será suficiente para poder disfrutar la sopa con los fideos al dente.

A disfrutar del cocido en sus tres vuelcos. Primero la sopa de fideos. Segundo, las verduras con las patatas y el tercero, las carnes y la bola.

Acompañar con pan y vino, familia y amigos.

 




jueves, 2 de noviembre de 2023

01202 La Quiche de Calabacín

 HASTA EL AÑO QUE VIENE


Toca recoger el huerto de verano. Me da pena. Todos los años me sucede lo mismo. Lo voy estirando y estirando, hasta que llegan los primeros fríos y las plantas dicen adiós. 

He empezado por las tomateras. Este año no ha sido bueno para el tomate, por lo menos en mi huerto. Pepinos y pepinillos también han desaparecido ya. En esta jornada me despediré de los calabacines. Estos, casi nunca fallan. Las hojas de la planta están secas. Entre ellas, cuan superviviente, todavía asoma un calabacín. No es muy grande. Me he alegrado al verle.

Ya en casa, he decidido despedir la temporada de esta cucurbitácea con todos los honores. Ni frito, ni rebozado, ni en tortilla, ni en nada que se le parezca a como lo he disfrutado este verano. Me he acordado que por algún sitio tenía guardada una receta de Karlos Arguiñano, de cuando escribía su nombre de pila con C, de cómo hacer una quiche de calabacín. Me ha costado encontrarla, pero al fin he dado con ella. Mientras la buscaba, he apuntado en mi folio de cosas pendientes, ordenar el follón de recetas que tengo. Además de necesario, será entretenido. También mi paciencia lo agradecerá.

Habitualmente, cuando hacemos quiche en casa, la cocinamos de salmón (ver pormenores en la entrada 00826). La quiche acostumbra a gustar a todos, es sencilla de elaborar y siempre apetece. Qué mejor despedida a la temporada del calabacín que siendo coprotagonista de una quiche.

Ingredientes: 1 lámina de pasta brisa, 8 lonchas de beicon, 1 calabacín, 2 puerros, 2 huevos, 400 ml de leche evaporada, aceite de oliva, nuez moscada y sal. 

Elaboración: Cubrir un molde de fondo desmontable con la lámina de pasta brisa. Retirar la sobrante. Cubrir la pasta con papel de hornear y colocar encima unos garbanzos para que la pasta no suba y hornear a 180 grados centígrados, con el horno precalentado, durante 25-30 minutos. Retirar los garbanzos y el papel de hornear y reservar la pasta en el molde. Batir los huevos en un cuenco y añadir la leche evaporada. Sazonar y mezclar bien con la ayuda de una varilla. Añadir un poco de nuez moscada rallada. Mezclar y reservar. Lavar y picar los puerros y el calabacín, y pochar en una sartén con un poco de aceite de oliva y una pizca de sal. Trocear el beicon y añadirlo. Incorporar las verduras y el beicon al cuenco del huevo y la leche evaporada y mezclar bien. Verter todo sobre la pasta brisa que teníamos reservada en el molde y hornear a 180 grados centígrados, con el horno precalentado, durante unos 12 minutos. Sacar del horno, desmontar y servir caliente.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

01201 La Flor del Cardo

 UNA MUESTRA DE MI RECONOCIDA IGNORANCIA


Revisando fotografías, me he topado con estas flores del cardo. Nada más verlas, he esbozado una sonrisa, además de recordarme lo ignorante que soy. Reconocer hoy en día las debilidades no es nada aconsejable, pero a estas alturas de la vida, como dice una buena amiga, "poco importa ya y además, esto es lo que hay".

Hace unos años, mi suegro enfermó y tuvo que ser hospitalizado durante una larga temporada. Fue algo imprevisto. Al cabo de unos meses le dieron el alta y lo primero que pidió fue visitar su huerto; un trozo de tierra lleno de vida que con tanto cuidado, entrega, sacrificio y dedicación había trabajado desde su juventud, hasta que la edad le pasó factura.

La visita al huerto no iba a ser un momento de reencuentro feliz. Lo sabíamos. Él era conocedor de que nada, después de su intervención quirúrgica, iba a ser lo mismo. Y yo, inquieto por su reacción, cuando viera el huerto, "abandonado" en plena actividad, cuatro meses atrás. 

Abrir la puerta de acceso a la casa, ver el huerto y empezar a llorar, fue todo uno. Yo esperaba otras reacciones, pero no esta. Nunca vi a Pedro, mi suegro, a sus ochenta años y hombre de gran envergadura, a pesar del difícil momento que estaba pasando, llorar en los cuarenta años que hacía que lo conocía. Me desarmó. No supe gestionar la situación. Apenas pude pronunciar un "no se preocupe" y poner mi mano sobre su hombro. Le entendía perfectamente. Su vida física estaba un tanto deteriorada y a esto, había que sumar el "lamentable" aspecto que presentaba lo que había sido su espacio de feliz intimidad y plena satisfacción, y al que, además,  ya nunca podría regresar para cuidarlo.

Pedro se quedó con la mirada fija en lo que antes fuese un vergel, su vergel. Yo, compartía la mirada entre su cara y un huerto lleno de hierbas y pequeñas flores. Fueron unos minutos tristes y tensos. Sin más palabras, cerramos la puerta de acceso al huerto y regresamos a casa. Cuando le dejé en el portal de su domicilio, tras darle un par de besos, le dije que me preocuparía de limpiarlo. Yo, que mi relación con la tierra, por aquella época, era a través de las macetas que tenía en la terraza.

Al cabo de unos días de este episodio, me armé de valor y acudí al huerto para iniciar mi promesa contraída con Pedro. No sabía por dónde empezar. Así, que me encendí un cigarrillo y comencé a pasear entre las hierbas y las diminutas flores, hasta detenerme en una zona en la que florecían ejemplares de colores muy llamativos, que iban del lila al rosáceo e incluso al azul cobalto. No me resultaba desconocida, pero tampoco era habitual en mi imaginario. En un principio pensé que se trataba de una mala hierba; muy vistosa, aunque mala hierba, y además, pinchaba. Conforme avanzaba por ese escenario, me percaté que mi suegro acostumbraba a plantar en esta zona los cardos que consumíamos en Navidad. Deduje que se trataba de la flor del cardo, bien desconocida para mí. Miré a mi alrededor y seguí avanzando sin rumbo preciso. 

En otra zona del huerto se agrupaban diminutas flores amarillas, también desconocidas para mí. Un poco más allá, otro grupo, en perfecta formación, de pequeñas florecillas blancas y violáceas. Se trataba de las flores de las acelgas y de las borrajas, como pude comprobar al ver más de cerca sus respectivas e inconfundibles hojas. Había otros capullos que no supe diferenciar de entre las pequeñas flores de las malas hierbas.

Me senté en el bordillo que separa el huerto del camino de la casa, me encendí otro cigarrillo, miré el florido huerto y me dije: "¡Cuán ignorante eres, Fernandito!. Ahora descubres, que todas las plantas tienen flores". Y como para excusarme, me respondí: "Es que Pedro nunca dejaba que la verdura se subiera hasta florecer". Me puse el mono de faena y comencé a asear el huerto.

Pedro fallecería en 2019. Desde entonces, me he hecho cargo de su huerto y hago lo que buenamente puedo. Siempre aprendiendo. Nada que ver a como lo tenía mi suegro de productivo, pero sí que intento que sea un huerto vivo y escoscado. Es como le gustaría verlo, si estuviera todavía entre nosotros. En ocasiones, alguna planta de verdura se ha subido y ha sacado sus flores para la vida. Cuando esto sucede, me viene a la memoria aquel día en el que aprendí que todas las plantas tienen su flor.

De lo que significa en estos momentos el huerto para mí y de cómo entiendo ahora a Pedro y a las horas y los días que invirtió en él, lo dejaré para otra ocasión. Adelanto solo una palabra, felicidad.