lunes, 4 de junio de 2018

00710 El Cristo de San Pedro de Siresa

EL CRISTO QUE REGRESÓ A LA LUZ

Me quedé prendado de él desde la primera vez que lo ví. No todas las tallas de Jesús crucificado me transmiten iguales sensaciones. Ninguna me deja indiferente, es cierto. Independientemente de su valor artístico o de su factura, hay determinados Cristos crucificados que se me quedan más grabados en la memoria y que me cautivan de forma especial e inesperada.

Algo así me sucedió cuando mis ojos se cruzaron por primera vez con el Cristo románico de San Pedro de Siresa. Su extremada delgadez, casi esquelético, muy alargado, aparentemente más mayor de lo acostumbrado, su estremecedora figura, la falta de expresividad en su cara, que más bien pareciera que dormitara. No vi dolor, acaso algo de paz cuando ya ha acabado todo. Me quedé tan ensimismado que ni siquiera me acordé de tomar una fotografía.

Hace pocas semanas volví a reencontrarme con él. La misma sensación, idéntica admiración, igual sobrecogimiento. La única diferencia es que mi mirar estuvo acompañado por José Luis, el párroco de la iglesia. Me informó que la talla fue encontrada el 6 de julio de 1995, durante las obras de restauración que se llevaron a cabo en este sacro lugar bajo el auspicio del Gobierno de Aragón. Recordé que el primer lugar donde miramos para contraer matrimonio fue precisamente este y cuando llegué con Gloria, nos lo encontramos repleto de andamiajes.

José Luis me señaló el lugar donde apareció enterrada, de forma inesperada, esta soberbia talla en madera de nogal de la figura de un Crucificado de época medieval. Me dijo que la policromía de la talla era la original y que salvando la ausencia de algunos de sus dedos de la manos, la talla apareció en buenas condiciones. Mide dos metros y ocho centímetros de altura. De la mano derecha solo conserva el dedo meñique y de la izquierda, el pulgar.

Mientras José Luis se dirigía hacia la sacristía para iniciar el acto litúrgico del domingo, me quedé a solas, frente a frente a la recuperada y longeva talla. Tras pedir permiso, le hice tres fotografías. Lo que sucedió después, queda entre el Crucificado y yo. Si fue inesperadamente encontrada no sería por casualidad. Solo le pedí a su serena imagen,  que no me fallara y que cuidara de un ser para mí muy especial.




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