miércoles, 21 de septiembre de 2022

01059 Placer Dorado

PARA UN ORO EUROPEO


Quienes tenéis por costumbre leer este caleidoscopio vital, ya sabéis de mi tendencia a poner nombres propios a los platos o asociar estos a momentos, situaciones y recuerdos de mi vida. Este sencillo y casi frugal condumio que traigo en esta ocasión, habitual de mis cenas, el 18 de septiembre de 2022 fue bautizado por y para mí, como "Placer dorado". Me explicaré.

Me gusta el baloncesto, y en mis días ahora de nada, se llenaron con el Eurobasket 2022. ¡Cómo  he disfrutado de este acontecimiento deportivo de principio a fin! Vaya por delante, en esta España siempre dividida y cabreada por todo, que yo era de los que se postulaba, sin ningún tipo de acritud, y visto lo visto, desde mi absoluto desconocimiento, en el bando de los que pensaban que la Selección española, si alcanzaba los cuartos de final, sería ya un éxito. Ahora, a toro pasado, en ese bando de los faltos de fe, nos hemos quedado la mitad de la mitad; el resto ha cambiado de parecer en un abrir y cerrar de ojos. ¡Qué gran lección nos han dado a los incrédulos como yo, los chicos de Sergio Scariolo! Mi más sincera enhorabuena y mi gratitud por los momentos de tan magnífico baloncesto y entrega sin límites que nos habéis brindado! Muchas gracias de todo corazón.

El caso es que ese domingo, 18 de septiembre, me senté frente al televisor dispuesto a disfrutar de otro encuentro, de otro espectáculo, ahora sí esperanzado, a pesar de que los Rudy y compañía tenían que vérselas en la final del torneo Europeo con la siempre temible selección francesa y los Fournier, Yabusele, Huertel, Gobert, Okobo... de turno. El enfrentamiento deportivo comenzaba a las 20,30 horas. En otro momento, tal y como es costumbre presenciar este tipo de acontecimientos, hubiese afrontado la final, acompañado de unas cervezas y unas buenas patatas fritas. Pero por razones que no vienen al caso, no fue así. Cambié esta delicia por otra: un buen queso curado, carne de membrillo y grisines. Un pica-pica que en ocasiones normales me hubiese durado en el plato no más de quince minutos, tarde en finiquitarlo lo que duró el encuentro.

Desde que se iniciara el primer salto para obtener la primera posesión de balón, hasta que los franceses dieran por perdido el encuentro en los últimos segundos del partido, mis ojos no se despegaron del televisor, salvo para coger de soslayo del plato alguno de los tres alimentos que contenía y así calmar mi ansiedad. Bueno, para no faltar a la verdad, cada vez que la Selección española metía un triple, y fueron 15, -siete de Juancho Hernangómez, uno de Darío Brizuela, dos de Alberto Díaz, tres de Jaime Hernández, y dos del incombustible y admirado Rudy Fernández-, lo celebraba untando indistintamente queso y grisines en la cremosa carne de membrillo. ¡Y qué bien sabían!, tanto los triples como el combinado alimenticio.

Terminado el feliz e histórico encuentro deportivo y mientras devolvía el plato a la cocina, sentí la imperiosa necesidad de traer hasta este caleidoscopio vital el momento vivido; este pequeño gran momento de felicidad. Justo en el instante de depositar el plato en el lavavajillas, me vinieron a la cabeza dos palabras: "placer dorado". Me gustaron los dos vocablos con los que relacionar la humildad y sencillez de este plato, queso curado, carne de membrillo y grisines, con la humildad y sencillez de esta familia baloncestística, como así se hacen llamar los chicos de Scariolo. A partir de ahora, siempre que aparezca ante mí este trío de alimentos, recordaré mis días de nada en los que Lorenzo Brown, Jaime Fernández, Darío Brizuela, Rudy Fernández, Usman Garuba, Juancho y Willy Hernangómez, Xabi López-Aróstegui, Joel Parra, Jaime Pradilla, Sebas Saiz, Alberto Díaz, Sergio Scariolo y todo el equipo técnico, llenaron de entrega, ilusión, magia, encanto, disfrute, fortaleza.... y felicidad.







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