sábado, 9 de marzo de 2024

01288 Un Instante de Máxima Felicidad

 CUANDO MENOS TE LO ESPERAS


Cuando haces borrón y cuenta nueva, llega un momento en la vida que la vas tejiendo a base de pequeños instantes de felicidad. Momentos, que te salen al paso, sin buscarlos, al igual que los infortunios.

Este particular punto de vista, me lo ha recordado el plato, qué digo plato, el "platazo" que en esta ocasión traigo hasta este caleidoscopio vital. Aparentemente, no deja de ser un trozo de conejo asado rodeado de cosas. Pero no, para mí es algo más. 

El conejo asado, no es que me encante, no. Me vuelve loco. Todo lo contrario que a un miembro de mi unidad familiar, y cuyo nombre no citaré por respeto a su intimidad. Por este motivo, en casa no acostumbramos a comer conejo. Esto no quita, para que de vez en cuando, el simpático animalillo forme parte del menú.

Últimamente, no sé si será debido al tiempo o porque toca, no ando muy bien de la azotea. La pesadumbre y la tristeza han venido a visitarme y no hay manera de que se vayan. Y mira que hago para que estén incómodas, pero no hay forma de que se busquen otro hostal donde hospedarse. El caso es que me he ido a la calle a dar un largo paseo con Humphry, a la sazón, mi amigo perruno, y cuando me he sentado a la mesa para comer, me he encontrado con un magnífico festival sobre el plato. Casi se me saltan las lágrimas al verlo. Además del conejo asado, contenía unas láminas de deliciosas patatas asadas, unas tiras de pimientos rojos asados, berenjena asada, unos tomates cherry confitados en conserva y alioli. Ya no cabía nada más en el plato.

No sabía por dónde empezar. Tampoco me he parado mucho a pensar. Así, que he troceado un pedazo de conejo, lo he untado en el alioli y lo he montado sobre una patata. ¡Gloria bendita! A continuación, he ido repitiendo esta operación, pero con el resto de acompañantes. No había prisas. Hace tiempo que, afortunadamente, no hay prisas en mi vida. De manera, que me he recreado en el contenido del plato. 

Cuando lamentablemente el condumio ha llegado a su fin, me he dado cuenta de que yo era otro al que hacía unos minutos se había sentado a la mesa. Sin tristeza ni pesadumbre. Simplemente, feliz. Tanto, que si habitualmente después de comer, y sobre todo en estos días grises por dentro y por fuera, me espera la siesta de pijama y orinal, en esta ocasión, le he dado esquinazo y me he puesto a hacer cosas. Como por ejemplo, sentarme delante del ordenador para seguir compartiendo cosas que me gustan en este instante de máxima felicidad. 

Y es que a estas alturas de la vida, la felicidad, por insignificante, caprichosa y humilde que sea, sale a tu paso cuando menos te lo esperas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario