martes, 20 de octubre de 2015

00147 Un Día en Matidero

LA GRANDEZA DE LA SENCILLEZ

Día otoñal y lluvioso idóneo para improvisar encuentros. Una excursión a la siempre enigmática y reflexiva Guarguera con el convencimiento de que será un día para guardar en la ligera mochila de las sensaciones. La vegetación pugna por mostrarse hermosa. Demasiado lujo para un día cualquiera.

En las proximidades con las lindes del Alto Gállego, enclavada junto al nacimiento del río Alcanadre, se encuentra la localidad despoblada de Matidero, nuestro destino. Llegar hasta aquí es un aventura controlada. Estamos en buenas manos.

La primera de las muchas exclamaciones se pronuncia a la llegada. Un primer ¡oh!, de asombro, para tan plácido paisaje; el segundo, de aseveración, dedicado al silencio. Sólo dos casas erguidas para acoger temporales almas.

Almuerzo con huevos fritos antes de adentrarnos en el bosque. Tolón, tolón, tolón... Se aproximan fijas y penetrantes las miradas de unas vacas. Nos curiosean. Igual hasta nos lamerían. Sus rabos trazan semicírculos con leves movimientos. No se van. Parece gustarles nuestra presencia. La suya me produce ternura. Las vacas siempre me han transmitido una enorme ternura.

No muy lejos, unos caballos pastan. Les importamos un bledo.

Ya en el bosque jugamos a buscar setas. Recuerdo tantos y tantos días de cestas vacías..., pero esta vez, da igual. Hay que saber interpretar los días, ocupar con esperanza los sitios que te regalan. Agradecer cada sonrisa y cada mano tendida.

Huele a húmeda tierra y a boj en la despedida. Y en el adiós del paraje, nuestra gratitud a Begoña y Miguel Ángel quienes nos recordaron que la grandeza también tiene su sitio en la sencillez de las pequeñas cosas.












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