jueves, 29 de octubre de 2015

00159 La Cocina Improvisada

EN UN PLIS PLAS!

Que me gusta la cocina y comer es una obviedad a tenor de las entradas que van apareciendo en este blog. Aunque me decanto más por la cocina tradicional no descarto otro tipo de propuestas o sugerencias. No soy muy exigente a la hora de sentarme a la mesa y es muy sencillo contentar a mi paladar. También soy muy agradecido y sé valorar tanto el tiempo invertido en los fogones como el interés por complacer las emociones culinarias.

Entiendo que la cocina es un arte y que la doméstica puede convertirse en una cargante y hasta tediosa rutina. Es en la segunda apreciación donde quiero detenerme. Del día a día suelo encargarme yo y del fin de semana Gloria. Le gusta poner en práctica platos leídos u oídos. Tiene buena mano. Le gusta sorprender.

Mi parcela gastronómica diaria no es muy complicada. Verduras, ensaladas y carne o pescado a la plancha son la base de los menús. Las permanentes dietas así lo indican. Con todo, sin salirme excesivamente del guión, intento poner en alguno de los platos toques de alegría y de color. Pero los días en los que más disfruto es cuando,  por el motivo que sea,  el reloj marca las dos de la tarde, no hay nada preparado,  y en media hora llegan mis primeras dos hambrientas comensales. Es entonces cuando me vengo arriba, abro y examino la nevera, rebusco en los armarios de la cocina e improviso un plato. ¡Qué gozada! Elaboraciones sencillas para un resultado feliz. Ahora que lo pienso, la frase anterior tiene nombre de título de libro.

Algo así me sucedió hace escasos días. Sólo había unas pechugas de pollo que había puesto a descongelar por la mañana. En el mueble de la cocina donde dejamos los botes de legumbres, zumos, leche, alguna conserva grande y especias, vi inclinado un tarro de Ras El Hanout, una mezcla de especias y hierbas de origen marroquí. Antes de que me quise dar cuenta,  había fileteado y partido a tiras las pechugas y espolvoreado por encima de forma generosa el dorado Ras El Hanout,  con un poquito de aceite de oliva para que se impregnara de él la carne. En una sartén vertí aceite y mientras esperé a que se calentara, removí reiteradas veces las tiras de pechuga. Bajé el fuego y puse a freír el improvisado adobo.

Recordé que no hacía muchos días habíamos comprado unos sobres de "noodles", fideos japoneses, que se preparan en apenas cinco minutos. Puse a hervir agua y cuando empezó la ebullición eché la pasta. Cuando se consumió el agua,  los "noodles" ya estaban listos. Retiré la sartén que contenía el pollo del fuego y vertí la pasta. Una docena de vueltas con la cuchara de madera para mezclar pechugas y fideos, y a los platos.

El jurado calificador dio el visto bueno aseverando con la cabeza a la vez que ponían "morritos" de aprobación. No más de treinta minutos de elaboración y una gozada de improvisación para un plato al que a partir de ahora denominaré, "Noodles con tiras de pollo al Ras el Hanout". Tiene más glamour que como lo definieron las niñas: "Pollo con fideos".













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