lunes, 26 de octubre de 2015

00154 Los Días de Nada

DÍAS DESVESTIDOS

Es difícil que así sea. Quizás por eso me gusta que de vez en cuando salga un día de esos, de los de no hacer nada. De esos días que no hay que vestirlos. De esos días de sólo mirar y dejar que el tiempo haga el resto.

Siempre he necesitado tener la cabeza y las manos ocupadas. Más ahora que no tengo ocupación y urge que manos y cabeza siempre contemplen algo a lo que dedicarse. Como en toda batalla,  se hace necesaria una tregua, incluso en mi actual circunstancia.

Sí, me gustan esos días en los que salpicar la mirada se convierte en un juego y en los que el sol calienta el río para oler a limpio y cristalino. No caer en la cuenta de quienes están. Dejar que la belleza de las cosas produzca una punzada de emoción inexplicable. Notar como corre el aire y ver cómo se despeina al árbol. Flotar entre las voces que se despiden mientras se cuela un callado asombro.

Días de bocanadas de humo azul y cuerpo arrojado. De contar farolas, sombrillas, murmullos o burbujas blancas. Días de observación y brazos cruzados en los que sólo admitir hormigueos abandonados. Sentirte atraído por todo y hasta por nada en una especie de inusual letargo. Días sin mención, sin recuerdo ni resistencia.

Los días de nada se hacen necesarios aunque sólo sea para diluir todo lo inapropiado.


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