martes, 31 de mayo de 2016

00300 Sólo es Color

EN UN PAISAJE DE SOMBRAS


He llegado tarde. Como tantas otras veces, he vuelto a no controlar mi destiempo. El atardecer se ha volcado sobre un paisaje desvelado en la tierra de tantos y de nadie. La luz es apenas ya un recuerdo que volverá a despertar mañana.

Sombras, muchas sombras, demasiadas sombras también en la arboleda que parece contagiarse de lo que traigo de afuera. Escasamente se vislumbran siluetas, trozos de una vida quieta en permanente vigía. Al final hay luz, sí, como siempre al final se ve la luz para la esperanza de quien quiera. Ni me acerco. Allí la dejo. Aquí se queda, que yo todavía persigo la última promesa.

Imaginar que sólo con mirar se colorea. Abrir espesuras para que entre la luz, esa luz que trae un ligero color, un tenue matiz, una leve ilusión que alivie mi tardanza.

Sólo quería color, allí donde había sombras.



lunes, 30 de mayo de 2016

00299 Los Paisajes en Tránsito

COMO LA VIDA


Hoy voy de copiloto. Rara vez ocupo en el coche el asiento de al lado del conductor. Es casi una experiencia. Una práctica inhabitual a la que tendré que sacar algún provecho. Pensar, programar, recordar, planificar, reprogramar, dormir, contar postes, balizas y mojones como cuando era pequeño...

A mi derecha el paisaje se muestra singular, colorista y feliz. Choperas, verdes campos de cereal y de amarilla colza distraen mi desatención. Grandes manchas de color discurren como un sinfín juguetón,  como esos postes que en mi infancia entretuvieron el discurrir de los kilómetros que me acercaban  a lugares placenteros, esperados y queridos.

No soy capaz de retener en mis retinas este paisaje de tránsito. Pasa rápido, tan rápido como las hojas de un libro cuando las aireas para capturar su olor. Y si parpadeo, el panorama se deshilacha rasgado por un quitamiedos que sale al paso de forma imprevista y también veloz. Las imágenes se suceden de forma reiterada hasta que mis ojos parecen rendirse a las ya acostumbradas secuencias. Chopos, colza, campo, un árbol en soledad, tres en compañía, colza, chopos, campos en verdor y de nuevo empezar.

Mis sentidos parecen estar entretenidos. Los observo atentos y despiertos. Es buena señal. Mis manos juguetean con el iphone. Juegan a darle vueltas sin parar, sostenido entre el índice y el pulgar. Está acostumbrado a girar en otros momentos de necesario disimulo. ¿Y si fotografío el tránsito en lugar de girar y voltear? No saldrá nada. Serán imágenes borrosas de un tránsito. Bello, pero fugaz tránsito. Un click ciego. No hay tiempo para fijar. Ni siquiera mirar. Sólo ayudar al azar con pulso firme, sin temblar. Será curioso comprobar el resultado final. Allá va. Una, dos, tres... treinta y dos.

Contemplo el resultado de este pasatiempo improvisado. Es el esperado. Imágenes borrosas, manchas de color, quitamiedos que rasgan, ordenadas choperas en perfecta formación de espera en un paisaje en tránsito. Y es ahora cuando  se me asoma la vida para recordarme que también ella es un bello paisaje en tránsito del que mañana apenas  recordaré fugaces imágenes desdibujadas y pinceladas de color de instantes precisos, sin quitamiedos. Entonces ya no serán necesarios.




domingo, 29 de mayo de 2016

00298 En el Nombre de Dios este Año

TRADICIÓN ORAL


Lo decía mi abuela Genoveva, lo repetía mi madre y lo suelo pronunciar yo con relativa frecuencia.

Esta mañana he cogido la primera fresa de la temporada que me ha dado mi humilde y doméstico fresal. Lo planté el año pasado. La cosecha fue entonces bastante exigua. Si la memoria no me falla,  recolecté tres fresas. Muy sabrosas al decir de Gloria y Jara, pero tres. Este año, si todo va bien, creo que llegaré al par de docenas.

Cuando he cortado la fresa he pensado subir al blog este fruto con su nombre propio. Me gustan las fresas por su forma y sabor pero al dársela a Gloria de postre,  he pronunciado la frase con la que titulo esta entrada: "En el nombre de Dios este Año". Las niñas no estaban entonces, de haber sido así se hubiesen desternillado de la risa. Siempre lo hacen cuando la pronuncio. Les hace gracia. Supongo que la misma que me hacía a mí cuando la escuchaba en boca de mi abuela o de mi madre. No hay vez que la articule que no evoque su cálido recuerdo.

"En el nombre de Dios este año" era un agradecimiento en toda la extensión de la palabra. Gratitud desde la fe hacia el Hacedor y a la vida desde la pervivencia. Agradecimiento por volver a recuperar un sabor que sólo el ciclo de la naturaleza y sus leyes, las fechas señaladas en el calendario o las posibilidades económicas permitían acceder a él. Una frase que reverencia la humildad y todas las pequeñas grandes cosas de la vida.

Ahora muchas cosas han cambiado y puede que hasta la citada frase haya perdido su sentido y valor. Todo parece estar al alcance de la mano en cualquier momento y situación. Soy de los que piensa que no todo vale y de los que todavía insiste en encontrar un sentido a las cosas y sus días. Por eso, esta frase tantas veces oída y por mí pronunciada,  se escribe en este caleidoscopio vital como una máxima de gratitud y de reconocimiento.

Hoy, una pequeña fresa, la primera del año, me ha devuelto agradecidos recuerdos envueltos en dulces momentos de ternura y bondad.







sábado, 28 de mayo de 2016

00297 Las Begonias

MI PEQUEÑA SUPERVIVIENTE


Cuanto más la miro, más  me identifico con ella. Llegó a la terraza de casa la pasada primavera. No era muy grande, más bien pequeña y repleta de blancas flores. Se adaptó bien a su nuevo hogar. Dicen que las begonias son unas de las plantas que mejor se adaptan a nuevos hábitats. Allí, resguardada del sol directo, pasó el verano y también los inicios del otoño. Con los primeros fríos decidí que entrara al salón. Error. Fue perdiendo las flores y también las hojas. Descubrí que era un exceso de agua el motivo de su lamentable estado. Descubrí que alguien también la regaba junto a las otras plantas sin consideración ni miramiento alguno, como si de un  un impulsivo tic se tratara.

Sin mucha esperanza la saqué de nuevo a la terraza y la cubrí con una bolsa de plástico a la que practiqué unos cortes para que la planta respirara. Apenas quedaba un endeble tallo y media docena de ahogadas hojas. Pasado un tiempo me interesé por ella. Separé una de las aberturas practicadas en la bolsa y fue entonces cuando me cercioré de que la planta quería volver a la vida. Un pequeño tallo emergía de entre una fina capa de verde musgo que ocupaba toda la maceta. No pude más que sonreír y alegrarme del feliz hallazgo.

Llegada la primavera liberé a la begonia del plástico que la cubría y a los pocos días la trasplanté de maceta. Ahora  está casi como cuando llegó a casa hace un año. Me alegro de no haber tirado la toalla. Total, se trataba de una simple planta. Hay más en esta sociedad de quita y pon. Será por begonias. Pero soy de los que coge con facilidad cariño y apego a las cosas por nimias que sean. Todo cuanto me rodea, y más ahora, tiene su pequeña historia sin importancia. La miro, me sondeo y me veo reflejada en ella. Es mi pequeña superviviente. Me reconozco como un pequeño superviviente. Los dos somos unos pequeños supervivientes.

Leo que el género begonia comprende alrededor de 1.500 especies, de las que alrededor de 150, además de casi 10.000 variedades e híbridos, se comercializan para su uso en jardinería. Son oriundas de las regiones tropicales y subtropicales de América, África y Asia. El apelativo del género, acuñado por Charles Plumier, un referente francés en botánica, honra a Michel Bégon, un gobernador de la ex colonia francesa de Haití.

En el lenguaje de las plantas, las begonias transmiten cordialidad y amabilidad y son sinónimo de paciencia.





viernes, 27 de mayo de 2016

00296 El Castillo de Santa Eulalia la Mayor

TORRE VIGÍA


Como todas las mañanas salgo a la terraza con la intención de interpretar el cielo y sus nubes. A partir del minucioso estudio de la sierra y sus colores decido cómo emprender y qué hacer en el día. Es primavera. Cualquier situación puede producirse. Como meteorólogo no tengo precio. Es ironía. Esta mañana no había nada que interpretar. El cielo, la sierra y el horizonte se pintaban en gris oscuro. Estaba claro que iba a caer, como así ha sido, una notable tormenta. Una vez que el cielo ha evacuado se ha hecho la luz. Todavía es mediodía. Aún hay tiempo de buscar un destino donde aparcar la ansiedad de los días.

Regreso a la Sierra de Guara. Siempre su transitar resulta agradable y austero. El paisaje es hermoso, plácido. Hace tiempo que Gloria quiere visitar Santa Eulalia la Mayor. Es de las últimas localidades de este territorio que no conocemos mas que por  referencias. No lo demoremos más; hoy es el día.

Ha merecido la pena llegar hasta aquí. El pueblo tiene un encanto especial atrapado en  unas singulares vistas. Escasamente hay gente en sus calles. Tan sólo una niña jugando en un pequeño parque infantil a quien su padre reclama para comer. Huele a buena brasa y a cocina de puchero. Proseguimos nuestro caminar calles arriba. Parece no acabarse nunca. Es llevadero. Su arquitectura y paisaje dan entretenimiento a nuestros pasos. Sobre nuestras cabezas se alza la Torre Vigía del Castillo. Una fortaleza de silueta aprendida pero hasta hoy, siempre lejana. Unos pocos metros más, un penúltimo suspiro y finalmente será conquistada.

Una escalinata metálica que rodea el solitario y privilegiado edificio nos invita a acceder hasta lo más alto de la torre. Arriba nos espera el asombro. Hoy no quiero imaginar ni transportarme a tiempos pretéritos. Sólo deseo impregnarme de la paz y serenidad que me traslada el variopinto paisaje que nos abraza en señal de bienvenida. No me siento vigía, tan sólo pequeño y afortunado ante tanta grandeza. Y el silencio me dice, tranquilo, espera. Todo parece descansar en este día de improvisada primavera.

Leo que esta estratégica torre desde donde se controla la Sierra de Guara y el Valle del río Guatizalema fue conquistada por Sancho Ramírez en 1092, si bien su factura se aproxima a las clasificadas como "fortificaciones construidas en tierra reconquistada en 1061". Nace de un promontorio rocoso y es inexpugnable por tres de sus lados ya que están al borde de un precipicio. Mide 10 metros de altura con una superficie interior de apenas 6 metros cuadrados. Su diámetro exterior es de 5,70 metros y el espesor del muro, 1,90 metros. El Castillo de Santa Eulalia está incluido dentro de la relación de castillos considerados Bienes de Interés Cultural.




























miércoles, 25 de mayo de 2016

00295 Las Piparras

GUINDILLAS VASCAS


Aunque ahora las consumo con menos frecuencia que hace unos años, siempre hay un frasco de piparras en vinagre en la nevera. Nunca se sabe cuando pueden apetecer o cuando puede aparecer un plato imprevisto que requiera su presencia. Son muy socorridas para esos viajes al frigorífico en busca de nada en concreto. De hecho, es lo que acabo de hacer justo antes de sentarme al ordenador. He ido a la nevera para calmar el gusanillo y no he visto nada frugal que me entrara por los ojos. Pero allí estaban las piparras esperándome cuan comodín de la baraja. Así que he cogido un plato y he depositado media docena de ellas. No son muy grandes y tampoco pican.

Hace unos años, cuando salía más barato comprarme un traje que invitarme a comer, no había legumbre que no fuera acompañada de un buen plato de piparras en su versión encurtida; sobre todo si se trataba de alubias. Incluso con algún pescado o ensalada también me gustaba tener algunas piparras a mano que mordisquear. De sobresaliente también, un par de huevos fritos en buen aceite de oliva y acompañadas de fritas piparras frescas. Por cierto, hace tiempo que no los he visto juntos en la mesa. Este fin de semana podrían reconocerse. Vi en la frutería que habían llegado las primeras de la temprana temporada.

Ahora, a falta de buenos platos de legumbres, me conformo con tomarlas como lo estoy haciendo en estos instantes, "a capella", o en esporádicos caprichos a modo de banderilla con la tradicional anchoa y sus correspondientes dos aceitunas; las populares "Gildas".  En otras ocasiones, ya en plan más "sibarita", doy entrada al pan, a ser posible de nueces,  y sobre él coloco una sardinilla y una piparra o unas huevas de bacalao y su correspondiente piparra. Otras, inserto en un palillo dos langostinos pelados, una piparra y los recubro de mayonesa. Entran y sientan bien.

Siempre he oído decir que las mejores piparras son las guindillas de  Ibarra. Se trata de un ecotipo de guindilla desarrollado en el País Vasco que se ha convertido en un producto de reconocida fama entre los consumidores por su sabor y ternura. Leo que la fama que le acompaña ha originado que en muchas guindillas del mercado se utilice el nombre de "vascas" aunque no reúnan las peculiaridades que han dado reconocimiento de calidad al producto. Esta guindilla pertenece a una variedad autóctona de pimiento que ha desarrollado una serie de características que las diferencian de otros debido a la transformación que ha sufrido la planta al ir adaptándose a las características climatológicas de la zona. Aquí, la plantación se realiza entre abril y mayo. La recolección va desde finales de julio hasta finales de octubre o mediados de noviembre. La recogida de guindilla varía siendo cada dos días en los meses soleados y llegando a ser cada quince días en época de mal tiempo.

Leo también que las piparras contienen una gran cantidad de vitamina C y que suelen ayudar a quemar grasas durante la digestión. Ayudan a combatir los irritantes gástricos como los ácidos y el alcohol, el colesterol, el catarro bronquial y los dolores de lumbago. Además, son beneficiosas como analgésico para combatir el dolor, para destruir los hongos y mohos, para la digestión y abrir el apetito.









00294 Aloe

LA REINA DE LAS PLANTAS MEDICINALES


Más que la planta me gusta su nombre, aloe. El oído lo recibe suave y discreto. Suena a saludo tímido y dulce,  aunque si atendemos a su etimología nos deriva a todo lo contrario; salado, amargo.

Se trata de una planta fuerte y resistente. De esto doy fe. Recuerdo inviernos de los de antes, de los de guantes, bufanda y pasamontañas, que ni abrigando las plantas con plásticos resistían a las bajas temperaturas de los inviernos oscenses. Sólo los aloes, una variedad de las más de las mil descritas,  y que mi madre las denominaba "pechugas de perdiz",  por la semejanza de las hojas con el plumaje del ave, conseguían vencer los fríos para regalarnos en la primavera unas curiosas flores en forma de campanilla que se agrupaban en un rojo racimo. Tras el fallecimiento de mi madre, las plantas me siguieron acompañando durante algunos años. Sólo un traslado de domicilio pudo con ellas. Paradojas de la vida. Me queda el consuelo de que algunos de los "hijos" que fui regalando a quien me los pidió, seguirán resistiendo allí donde se encuentren.

Ahora quizás menos, pero hubo unos años en los que todo era aloe vera, otra de las especies,  en nuestras vidas. Las industrias farmacéuticas y  dermatológicas, entre otras,  lo quisieron así. Cremas para las manos, espumas de afeitar, para después del afeitado, pomadas para picaduras, desodorantes, productos de limpieza, geles de baño, jabones... todo contenía aloe. Yo era un fanático del aloe. Y por lo que he podido leer, la cosa viene de viejo. A lo largo de la historia, el aloe vera se ha utilizado para multitud de usos. En la antigua Grecia esta planta era muy apreciada para trastornos intestinales y los romanos la consideraban como un "medicamento" de diversa aplicación. En Egipto fue considerada como una planta sagrada de uso medicinal y muy utilizada por las egipcias para mantener su belleza; la denominaban la planta de la inmortalidad.

Leo también que algunas especies como Aloe maculata, Aloe arborescens y en especial, Aloe vera, se utilizan en medicina alternativa por contener el principio activo aloina y como botiquín doméstico de primeros auxilios. Tanto la pulpa transparente interior como la resina amarilla exudada al cortar unas hojas se usa externamente para aliviar dolencias de piel. El jugo de aloe vera contiene 19 aminoácidos, 20 minerales y 12 vitaminas, por lo que es un excelente suplemento nutricional natural que guarda en su interior 75 compuestos beneficiosos para la salud.





martes, 24 de mayo de 2016

00293 La Iglesia de San Pedro de Lárrede

UN AGRADECIDO RECUERDO



Pasaba muy cerca y no me he podido resistir. Apenas han sido diez minutos. El tiempo necesario para capturar dos docenas de imágenes que añadiré a otras que guardo y que  me hablan de momentos tejidos a base de  ilusión.  Apenas unos minutos para recrearme de nuevo con la singular y enigmática belleza de un templo rescatado del olvido y que hoy muestra todo su esplendor en un espacio escasamente transitado. No sé por qué, pero hoy lo he visto más cercano y atractivo que nunca. Será por el reencuentro o porque hoy he querido verlo así.


Me he sentado a fumar un cigarrillo frente a lo más parecido a una postal. ¡Qué pocas postales se escriben ya! El wasap les ha arrebatado su razón de ser.  La primera bocanada me ha llevado a los inicios de lo que fue mi profesión. Inicios de una juventud ilusionada y  desde el convencimiento de que estaba todo por hacer y mucho que aprender. Era casi obsesión. Ver, conocer, observar, mirar, aprender, escribir, escuchar, transmitir, vivir... Fue uno de mis primeros reportajes en la década de los ochenta cuando para mí todo empezaba. Unos "locos ilusionados" estaban empeñados en recuperar unas señas de identidad en un territorio que albergaba un tesoro inédito; un conjunto de iglesias medievales que no habían sido objeto de atención al estar a desmano de las rutas turísticas al uso. Los diseminados templos se localizaban en el Serrablo altoaragonés, en un territorio arrasado demográficamente. La "Asociación Amigos de Serrablo" sería la mano benefactora encargada de devolver a la vida los restos del abandono y el olvido. Su presidente por aquel entonces, Julio Gavín.

Me citó en su casa en Sabiñánigo. Si la memoria no me engaña, últimamente hablo poco con ella, me recibió en una pequeña habitación muy personal rodeada de libros y con las paredes llenas de dibujos de su propia factura, una de sus grandes aficiones. Recuerdo a un hombre serio, afable y muy colaborador. Me facilitó todo tipo de información y me ayudó a sacar adelante un reportaje,  sobre el papel,  difícil de ejecutar dada mi notable y no disimulada inexperiencia. Me habló de un joven sacerdote, Jesús Auricenea, quien en la década de los años 50 comenzaría a realizar mejoras en algunos de los templos sabedor de su importancia artística. Sería unos años más tarde cuando un grupo de personas decidirían retomar el testigo para actuar sobre el estado ruinoso de varias iglesias y con el ánimo de Antonio Durán Gudiol, por aquel entonces, archivero de la catedral de Huesca y estudioso de estas iglesias que calificó como mozárabes.

Como todos los inicios, los de los "Amigos de Serrablo" tampoco fueron fáciles. La ilusión y el voluntariado suplían la falta de recursos económicos. No había fines de semana, vacaciones o unas horas libres de obligados quehaceres que los miembros de la asociación no invirtieran en devolver a las iglesias un aspecto saludable y esperanzador: Lárrede, Isún, Orós Bajo, Busa, Ordovés, Espierre...

No dispongo de más tiempo. Tan sólo me quedan unos segundos antes de coger el coche para recrearme en una rápida mirada llena de agradecimiento para todos aquellos que con su trabajo y tesón consiguieron recuperar del olvido tan singular legado.

Copio y pego de la página de "Amigos de Serrablo" la información referente a la Iglesia de San Pedro de Lárrede.

"Cuando uno llega a Lárrede, pequeño pueblo enclavado junto al Gállego a escasos siete kilómetros de Sabiñánigo, se queda prendado del lugar. El conjunto que conforman su iglesia, la abadía y casa Isábal, en torno a una plazoleta, nos permiten trasladarnos a la época medieval sin gran esfuerzo.
El topónimo “Lárrede” aparece documentado por primera vez en el año 920. En el siglo XV contaba con dieciocho vecinos. En la actualidad, sólo dos familias lo habitan todo el año, aunque los fines de semana y periodos vacacionales el pueblo, una docena de casas, recobra otra vez todo su pulso vital.
La iglesia de San Pedro de Lárrede es sin duda el ejemplar tipo de todo el conjunto monumental de las iglesias serrablesas. Entre 1933 y 1935 fue restaurada, tras su descubrimiento para el mundo del arte. Posteriormente, y en momentos puntuales, ha tenido otras obras de restauración a cargo del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo (Dirección General de Arquitectura) y “Amigos de Serrablo”. Presenta planta de cruz latina, formada por una nave rectangular, dos brazos a manera de crucero y un ábside semicircular. La bóveda que contemplamos actualmente es de medio cañón con cinco arcos fajones, bóveda que se construyó en 1933 sustituyendo a la que había en ese momento que era la típica barroca con lunetos, similar a la que se conserva en la iglesia de Susín. En el siglo XVII debieron abrirse las dos capillas laterales que hacen de crucero, trastocando el aspecto original de una sola nave.
Exteriormente, en el muro occidental se abre una ventana ajimezada con dos arquitos de herradura, enmarcada por alfiz. En el meridional aparecen tres ventanas de arco semicircular, surmontado por arco ciego, también de medio punto, más una cuarta ventana parecida a la del muro occidental, pero con doble alfiz. La puerta de ingreso nos muestra arco de herradura enmarcado en alfiz.
El ábside responde al modelo habitual: friso de baquetones debajo del tejaroz, siete arcuaciones murales ciegas y en el centro una ventanita de arco de medio punto.
La torre-campanario le confiere a la iglesia personalidad propia, una imagen única irrepetible. Se cubre con tejado a cuatro aguas, que descansa sobre una bóveda esquifada, y en sus cuatro caras se disponen sendas ventanas ajimezadas de tres arquitos de herradura con columnas cilíndricas, dentro de alfiz.
El interior del templo se divide en cuatro tramos, señalados por seis pilares de doble columna, adosados a los muros. El arco de entrada al ábside es de arco de herradura rebajado, siendo su bóveda de horno.
La iglesia está desprovista de ornamentos y retablos debido a que sufrió los embates de la Guerra Civil.
Ni que decir tiene que este templo es el más visitado de todos en la comarca. Visitado y utilizado para muchas ceremonias religiosas por gentes de la zona y de lugares lejanos; incluso usado para diversos actos: conferencias, conciertos, etc.
Justo enfrente de la iglesia merece una visita Casa Isábal, casa infanzona del siglo XVII que conserva su estado original y que es una de las mejores muestras de la arquitectura popular serrablesa. En lo alto de un cerro próximo se sitúa un precioso torreón vigía conocido como la Torraza"