jueves, 13 de octubre de 2016

00374 El Surf

PACIENTE ESPERA


Como dice mi santa suegra "A ver si nos entendemos". No es que me guste practicar este plástico deporte; nunca lo he intentado y a mi edad, y tal es el estado de mi osamenta, creo que nunca me veré embutido en un neopreno con una tabla bajo mis pies. Lo que sucede es que después de tanto mirar como otros lo ejercitan, acabas por asumir cierta querencia hacia él.

En los últimos años, la cántabra playa de Somo se ha convertido en el destino de miles de surfistas al amparo de la Escuela Cántabra de Surf y de las empresas deportivas aquí ubicadas. Unos se acercan hasta este hermoso paraje para adiestrarse en esta modalidad deportiva y otros para perfeccionar su estilo hasta poder dominar tabla y ola.

Con el tiempo, mi mirada hacia el horizonte en mis abundantes horas playeras han incorporado al personal paisaje los cientos de puntitos negros que cada día flotan sobre el mar y que se han convertido para mí en un espectáculo más. En la playa los pequeños alevines atienden nerviosos e ilusionados las instrucciones del monitor. Son las primeras enseñanzas en el dique seco de la arena. Un poco más allá, otros grupos de jóvenes y adultos surfean también en la arena en un simulacro de cómo será la ejecución ya en plena mar. Y en el horizonte, los puntitos negros, como hormiguitas, esperan pacientes la llegada de la ola que con arte, disciplina, maestría, suerte y saber hacer,  les devuelva, subidos sobre la tabla,  hacia la orilla.

Paciente espera, quizás sea esto lo que me une a los surferos. Ellos esperan la ola de tránsito que les levante de la tabla, el premio ondulante,  buscado y deseado,  a sus incontables minutos de queda espera. Esa ola que convertirá al puntito oscuro en figura erguida de perfecto equilibrio que desafiará al camino antes de que se convierta en espuma. También yo espero, como los surfistas, que llegue mi ola desde mi paciente y queda espera.








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